ANÓNIMO

Title:LA MALDICIÓN DEL PADRE ALDEA
Subject:SPANISH FICTION Scarica il testo


La maldición del padre Aldea
(Leyenda de Puerto Rico)



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Era en la época de la guerra carlista española. Aún no había reconocido el Papa como reina legítima a Isabel II.
A fin de aumentar los fondos para combatir a los carlistas, el Gobierno decidió incautarse de los bienes de conventos y monasterios. En 1833 se comunicó al capitán general de Puerto Rico la decisión oficial. Eran necesarios 500.000 pesos.
Vivía, entre un grupo de frailes, en el convento de los dominicos, uno que se distinguía por su gran humildad y virtud: era el padre Aldea. La nueva disposición le produjo gran dolor. Le entristecía el ver a su Orden despojada de todo lo suyo y soñaba con ser algún día su restaurador. Así lo pedía, cuando decía su misa matutina, a la Virgen de Belén.
Cierto día llegó un emisario del obispo con un pliego que éste enviaba al padre Aldea. Conforme lo iba leyendo, una gran pesadumbre se reflejaba en su rostro: le costaba trabajo creer que un hermano en el Señor hubiera podido escribir aquello. La Orden dominicana iba a ser despojada de su iglesia de Santo Tomás, propiedad que conservaban los frailes desde hacía más de tres siglos. Era demasiado. El padre Aldea empezó a hablar con gran excitación. Recorría a grandes pasos la celda y sus palabras asombraban, por su ímpetu, al enviado del obispo. Por fin, el fraile se detuvo, y dirigiéndose a él, le dijo:
- A quien ha firmado tal orden debieran cortarle la mano.
Después, ya más sereno, surgió de nuevo el fraile humilde, y dijo:
- Haga saber a Su Ilustrísima que se cumplirá lo mandado.
Años más tarde, la iglesia de Santo Tomás fue cedida a los jesuitas.
Un día del mes de octubre, pasado algún tiempo de la orden dada a los dominicos, iba el obispo de Fajardo a Luquillo. De pronto la yegua se desbocó, sin que nadie pudiera detenerla. El obispo salió despedido. Cuando le recogieron, tenía herida una sien y la mano derecha destrozada. Los médicos nada pudieron hacer, y pocos días después, tras horribles sufrimientos, entregó su alma a Dios.
La mano fue cortada y enviada al Obispado.
La gente creyó siempre que se había cumplido la maldición del padre Aldea.

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