ANÓNIMO

Title:MARCO EL RICO Y BASILIO EL INFORTUNADO
Subject:SPANISH FICTION
Speaker:Leonelli Marcela
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Marco el rico y Basilio el infortunado




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Hace mucho tiempo vivía en un país un opulento comerciante llamado Marco y de sobrenombre "el Rico". Duro y cruel de carácter, era ambicioso y despiadado con el pobre. Siempre que un pordiosero o un indigente se acercaba a pedir a su puerta, él mandaba a sus criados que lo alejasen y le soltaran los perros. Sólo amaba una cosa de este mundo, y era su hija, la hermosísima Anastasia. Sólo con ella no se mostraba duro, y aunque sólo contaba la muchacha cinco años, jamás desatendía sus deseos y le daba cuanto ella quería.
Y un día helado de invierno se acercaron a la puerta tres ancianos de blancos cabellos a pedir limosna. Marco los vio y ordenó que les soltasen los perros. La bellísima Anastasia oyó esta orden e imploró a su padre diciendo:
- Mi querido padre, si me quieres, no los eches; permite que pasen la noche en el establo.
El padre accedió, permitiendo que los tres mendigos pasaran la noche en el establo. Cuando todos dormían en la casa, se levantó Anastasia y se dirigió de puntillas al establo, se encaramó al tejadillo y desde allí pudo ver a los tres hombres. Los mendigos estaban agrupados en el centro del establo, apoyando en sus báculos sus trémulas manos, y sobre éstas se derramaban sus luengas barbas, y pudo oír lo que hablaban entre sí en voz baja. El más viejo de todos miraba a los otros dos y les preguntaba:
- ¿Qué ocurre por este mundo?.
El segundo contestó:
- En el pueblo de Pogoryeloe, en casa de Juan el Pobre, ha nacido el séptimo hijo. ¿Qué nombre le pondremos y qué herencia le depararemos?
Y el tercer viejo, después de reflexionar, dijo:
- Lo llamaremos Basilio y lo enriqueceremos con las riquezas de Marco el Rico, bajo cuyo techo estamos pasando la noche.
Cuando hubieron dicho esto, se despidieron, se inclinaron ante las santas imágenes, y con paso torpe salieron del establo. Anastasia, que todo lo había oído, corrió a ver a su padre y le repitió las palabras de los viejos.
Marco el Rico se quedó pensativo y tras largas reflexiones se dirigió al pueblo de Pogoryeloe.
- Quiero cerciorarme -pensaba- de que realmente ha nacido allí ese niño.
Fue a ver al cura y se lo contó todo.
- Sí -dijo el sacerdote,- ayer nació aquí un niño, hijo del más pobre de nuestros siervos; lo bauticé con el nombre de Basilio. No hay pobreza como la de esta familia que tiene ya siete hijos y el mayor es de siete años; todos los hijos de ese campesino son chiquitines, chiquitines; no tienen nada que comer y hay tal hambre y tal miseria en la casa, que nadie en el pueblo quiere apadrinar a los hijos.
Al oír tan triste informe, a Marco el Rico empezó a dolerle el corazón. Pensó en el desgraciado recién nacido y declaró que sería su padrino, rogó a la casera del cura que fuese la madrina, ordenó que preparasen una buena mesa, y celebraron el bautizo con la familia del nuevo retoño.
Durante el banquete, Marco el Rico dirigió palabras amistosas a Juan el pobre, y le dijo:
- Sé que eres pobre y que no puedes mantener a tu hijo. Confíamelo. Lo educaré como si se tratase de mi propio hijo, y te daré enseguida mil rublos para sostener a tu familia.
El pobre hombre no lo pensó mucho y estrechó la mano que el rico le alargaba. Marco hizo regalos a su comadre, cogió el niño, lo envolvió con pieles de zorro, lo subió a su carroza y emprendieron el viaje hacia su casa. Unas diez leguas se habían alejado del pueblo cuando paró la carroza, cogió al niño, se acercó al borde de un abismo y lanzó a la criatura con todas sus fuerzas, diciendo:
- ¡Anda a tomar posesión de mis riquezas, si puedes!
Poco después de esto, acertaron a pasar por allí unos mercaderes que traficaban por el mar y llevaban doce mil rublos que debían a Marco el Rico. Al pasar junto al precipicio, les pareció oír gritos de niño, que subían del fondo. Detuvieron la marcha y mirando por los ventisqueros vieron en un prado muy profundo a un niño que, sentado sobre la hierba, jugaba con las flores. Los comerciantes lo recogieron, lo envolvieron en pieles y continuaron el viaje. Al llegar a casa de Marco el Rico, le contaron el extraño hallazgo. Marco comprendió enseguida que se trataba del niño que él había comprado y dijo a los mercaderes.
- Me gustaría mucho hacerme cargo de la criatura; si me la entregáis os perdonaré la deuda.
Los mercaderes se avinieron, dieron el niño a Marco y se marcharon. Pero aquella misma noche Marco cogió a la criatura, la puso en una canastilla embreada, y la arrojó al mar.
La canastilla, arrastrada por la corriente y por el viento, fue deslizándose por la superficie como una barquilla, hasta que llegó a un monasterio. Por casualidad estaban los monjes a aquella hora en la orilla extendiendo las redes al sol, y oyeron el llanto de un niño. Adivinaron que el llanto venía de la canastilla, la pescaron, la destaparon y encontraron al niño. Lo llevaron al abad, y así que éste se enteró de que el niño había sido hallado en el mar dentro de una canastilla, decidió que se llamara Basilio el Infortunado. Y desde entonces, Basilio vivió en el monasterio hasta los dieciséis años, creciendo en gracia y fortaleza y en virtud y talento. El abad lo quería porque aprendió las letras con tanto facilidad, que pronto estuvo en disposición de leer y cantar en la iglesia mejor que los demás, y porque era hábil y sagaz en los negocios. Y el abad lo nombró sacristán.
Y sucedió que en un viaje de negocios que hizo Marco el Rico, llegó a aquel mismo monasterio, y los monjes lo recibieron con todos los honores que aconsejaban su opulencia. El abad mandó al sacristán que abriese la iglesia. El sacristán corrió a obedecer, encendió las luces y se quedó en el coro leyendo y cantando. Marco el Rico preguntó al abad si aquel joven se había educado allí desde niño, y cuando el abad se lo contó todo, llegó a la conclusión de que aquel joven no podía ser otro que el niño que él compró. Y dijo al abad:
- Si pudiera obtener los servicios de un joven tan despejado como vuestro sacristán, le confiaría todos mis tesoros, y lo nombraría administrador de todos mis bienes, que ya sabéis vosotros que son cuantiosos.
El abad empezó a excusarse, pero Marco prometió al monasterio una donación de diez mil rublos. El abad vacilaba, y consultó a los hermanos de comunidad y los hermanos le dijeron:
- ¿Por qué hemos de cruzarnos en el camino de Basilio? Que Marco haga de él su administrador, si quiere.
Acordaron, pues, que Basilio el Infortunado se marchase con Marco el Rico.
Pero Marco mandó a Basilio a casa en una embarcación y escribió a su mujer esta carta: "Cuando se presente el dador de esta carta llévalo enseguida a nuestros obradores de jabón y cuando paséis por la gran caldera hirviente, tíralo dentro. Si no haces lo que te mando, te espera un castigo terrible, pues has de saber que ese joven es mi mayor e irreconciliable enemigo y de él sólo puedo esperar la ruina."
Basilio llegó oportunamente a puerto y cuando se dirigía a casa de Marco, le salieron al encuentro tres pobres ancianos que le preguntaron:
- ¿Dónde vas, Basilio el Infortunado?
- A casa de Marco el Rico. Llevo una carta para su mujer.
- Enséñanos la carta -dijeron los viejos.
Basilio sacó la carta y se la alargó. Los viejos soplaron sobre la carta y dijeron:
- Ahora ya puedes ir a entregar la carta a la mujer de Marco el Rico. Dios no te ha desamparado.
Basilio llegó a casa de Marco el Rico y entregó la carta a la mujer de éste. La mujer leyó la carta de Marco, y llamó a su hija, porque no podía dar crédito a sus ojos; pero no podía estar más claro lo que decía la carta: "Mujer, al día siguiente de recibir esta carta, casa a mi hija Anastasia con el dador, y haz lo que te ordeno sin falta, si no quieres tener que responderme de ello". Anastasia miró a Basilio y Basilio no apartaba la vista de ella. Vistieron al joven con los más ricos atavíos y al día siguiente se celebró su casamiento con Anastasia.
Marco el Rico llegó de su viaje por el mar y su mujer con su hija y su yerno salieron a recibirle al muelle. Marco al ver a Basilio se indignó arrebatadamente contra su mujer y la increpó de esta manera:
- ¿Cómo te has atrevido a casar a nuestra hija sin mi consentimiento?
Pero la mujer contestó:
- ¡No me he atrevido a desobedecer tu severa orden!
Y sacando la ...