ANÓNIMO

Title:CUENTOS ANIMALISTICOS
Subject:FOLKLORE Scarica il testo


CUENTOS ANIMALISTICOS


***************

índice:
- El chajá
- El chingolo
- El urutaú
- El quirquincho
- La urraca
- La iguana
- El cacuy


**************



EL CHAJA

Dos muchachas lavaban ropa en un río. En las piedras lisas de la orilla refregaban y tundían las piezas. Sobre la corriente clara blanqueaba la espuma del jabón casero.
Dos caminantes, al parecer rendidos de cansancio, se acercaron y les pidieron agua para beber. Las muchachas desalmadas, en vez de agua les dieron espuma de jabón.
Los hombres bebieron, y al devolverles las vasijas, uno de ellos les dijo:
-Que vuestros actos palabras sean como la espuma.
Las muchachas no comprendieron aquella sentencia, y festejaron animadamente su broma maligna.
Cuando terminaron la tarea, una dijo a la otra, en guaraní, su lengua familiar: -¡Yajá! -Vamos en guaraní- y en el acto se transformaron en aves y salieron volando. Los viajeros eran Jesús y San Pedro que recorrían el mundo para probar la caridad de los hombres, y que así las castigaban.
Esas es la causa por la que el chajá suele volar en pareja, anda con nerviosidad exagerada y alarma constantemente con sus gritos, que repiten aquella invitación al regreso: ¡Yajá!, ¿Yajá! Los paisanos dicen que hasta en su cuerpo enjuto, cubierto por plumaje abundante, se ha cumplido el designio de los Santos, y que es exacto el dicho popular que reza: "pura espuma, como el chajá".
Redactamos este cuento animalístico sobre las versiones enviadas por los maestros: Sr. Jesùs Aguilera, de Buenos Aires, Srta. Mercedes Càceres, de San Juan; Sra. Rosario del A. De Gonzàlez de Corrientes, Sra. Angela Andriani de Delro, Srtas. Marìa C.Coronel Romero, G. Otilia Martìnez y Ofelia Meza Benìtez del Chaco.


EL CHINGOLO

Había una vez un hombre muy forzudo, pero muy jactancioso.
Una vez pasó por el lugar donde se construía un templo de anchos muros y fuertes columnas. Al verlo dijo, lleno de soberbia:
- ¡Gran cosa es esto, soy capaz de echarlo al suelo de una patada!- Y así lo hizo, festejando su atrevimiento a carcajadas.
El juez mandó prenderlo y engrillarlo, y de este modo lo condujeron a la cárcel.
El castigo de Dios fue más severo que el de los hombres. Por su vanidad y por su profanación fue convertido en chingolo -Zonotrichia capens-.
Por eso este pajarito conserva su bonete de presidiario, anda siempre nervioso, y como aún lleva puestos los grillos, sólo puede caminar a saltitos.

Consultamos las versiones enviadas por los maestros: Sra. Hermenegilda O. De Gallardo y Srta. María Almazón, de San Juan y Sr. Luis Jerónimo Luceo, de San Luis.


EL URUTAU

Había una vez una joven tan amiga de divertirse, que todo lo olvidaba por una hora de entretenimiento.
Un día, mientras bailaba en una gran fiesta de la comarca, le avisaron que su madre estaba muy enferma y mandaba por ella.
La muchacha se sobresaltó con la noticia, pero, como estaba acostumbrada a no privarse de ninguna diversión, el gusto pudo mas que su deber de hija, y se quedó hasta el fin.
Cuando volvió a su casa, la madre había muerto. La muchacha la lloró a todas horas sin consuelo, y la Providencia castigó su culpa convirtiéndola en una ave de aspecto raro y siniestro: es el urutaú -Nictibus griseus- que huye de toda presencia y vaga solitario. En la obscuridad de la noche, y en el silencio de la selva, llora y llorará siempre con su grito extraño y lastimero.

Redactamos este cuento animalístico sobre las versiones enviadas por los Sres.
Jesús Alberto Aguilera de Buenos Aires, Sr. L. A. Antonini de Entre Ríos y Srta.
Angela Andriani de Delro y Marìa B. D. De Conto del Chaco.


EL QUIRQUINCHO

El quirquincho fue un tejedor tan hábil como haragán.
Una vez, como llegaba el invierno y no tenía con que abrigarse, decidió tejerse un poncho.
Preparó la urdiembre en su telar de palos y comenzó a tejer con su maestría de siempre. La tela salía fina, apretada, flexible. Sería seguramente su obra maestra: él lo comprendía, y la miraba con orgullo. A los dos días de trabajo firme y entusiasmado, la pereza lo dominó y descuidó el tejido. No solo iba quedando floja y desprolija la trama, sino que, para terminar pronto, agregó hilos gruesos y groseramente retorcidos.
Con el tejido burdo aligeró el trabajo ganó tiempo. Pronto estuvo la tela casi terminada. Antes de sacarla, el tejedor tuvo un remordimiento de conciencia, y volvió a tejer apretadamente y a manejar con prolijidad los hilos; pero la lista delicada contrastó visiblemente con el resto de la prenda basta.
Cuando para castigar su haraganería y falta de prolijidad Dios lo convirtió en animal, el quirquincho llevaba puesto su poncho ridículo, que ese endureció en forma de caparazón. Las placas pequeñas y apretadas de los extremos contrastan con las grandes y desiguales del medio.
Las tejedoras comarcanas, que conocen la historia del quirquincho, ponen todo su amor y su celo en las hermosas mantas criollas que trabajan.

Consultamos las versiones recogidas por los maestros: srta. Ana Alvertina Aparicio, de Jujuy y Sr. Luis J. Lucero, de San Juan.



LA URRACA

Había una vez una costurera ladrona, coqueta y orgullosa. Tenia la costumbre de quedarse con parte de las ricas telas que tenían para su trabajo. Así se vestía lujosamente y cambiaba de trajes muy a menudo.
Un día fue una mujer muy pobre para que le hiciera un vestido de dos colores, azul y amarillo. La costurera le pidió, como de costumbre, que comprara más cantidad de tela que la que necesitaba. A pesar de que el gasto era grande, la mujer cumplió con sacrificio sus indicaciones. Con los retazos que le quedaron, la costurera pudo hacerse un precioso vestido azul, de pechera amarilla, y llena de vanidad lo lució en una fiesta.
Pero aquella mujer pobre, que era la Virgen, para castigarla le hizo perder su forma humana y la convirtió en urraca -Guira guira-. Aún lleva el ave el traje de dos colores que la delató, y sigue siendo, como entonces, ladrona, coqueta y orgullosa.

Redactado sobre la versión enviada por la Srta. María Amelia R. De Martín, de Salta.



LA IGUANA

La iguana tiene su historia.
Era una mujer pobre y haragana que tenia como único abrigo para el invierno una frazada rota.
Por las noches tiritando de frío decía: "Mañana coseré mi frazada". Al día siguiente salía con su cobija, y como le parecía que el sol la calentaba bien, pensaba que no era tan urgente arreglar su prenda, y se entregaba al sueño tranquilamente.
Esto sucedía todos los días hasta que la frazada se destrozó por completo y su dueña tuvo que ir durante la noche a buscar abrigo en las cuevas de los animales. Dios, al comprobar su haraganería, la convirtió en el feo reptil cuya piel recuerda la frazada sucia y rota.


EL CACUY

Eran dos hermanos huérfanos, un varón y una mujer, que vivían solos en el monte.
Caco, que era el nombre familiar del muchacho, cuidaba su majadita de cabras, cazaba, buscaba miel y juntaba algarroba y otras frutas silvestres en el bosque.
Con esto tenía lo suficiente para vivir. La niña cuidaba la casa y preparaba la comida.
Los dos hermanos eran condición opuesta: él, generoso; ella, mezquina. Con la vida libre del campo crecían a la vez la bondad del muchacho y la ruindad de la niña. El desapego que la muchacha tuvo siempre para con su hermano se convirtió en provocación. Amasaba el pan y preparaba la comida para ella sola. Cuando el hermano regresaba después de todo un día de andanzas y fatigas, no tenía que comer. Cuando él lo llevaba todo con resignación, ella inventaba pretextos para herirlo y hacerlo sufrir. Tomó el hábito de mortificarlo y no disimulaba su satisfacción cuando lo conseguía.
El hermano trató por todos los medios de cambiar el carácter y los sentimientos de la hermana, pero no lo consiguió. Agotadas su bondad y su paciencia, y amargado por su vida, resolvió darle un castigo tan grande como su crueldad.
Un día le pidió que le ayudara a sacar de un árbol muy alto un panal que acababa de descubrir. Ella era muy aficionada a la miel y aceptó. Cruzaron el bosque y treparon a un árbol gigantesco. Cuando llegaron a la copa, se cubrieron la cabeza para evitar el aguijón de las abejas. La niña se sentó en una horqueta y esperó las órdenes del hermano que debía buscar el panal. El muchacho fingió abrirse paso entre el ramaje hacia el enjambre, pero bajó, y al bajar fue cortando uno a uno todos los gajos del tronco.
-¡Sabrás, ahora, lo que es tener hambre!- le gritó desde abajo.
La niña se desembozó y vio el tronco desgajado y altísimo. Rompió a llorar y le pidió al hermano que la bajara; le prometió que seria buena, que cumpliría sus órdenes y lo ayudaría; pero él no se ablandó, y marchándose la dejó abandonada.
En su desesperación, la muchacha lo llamó por su nombre tantas veces ...