AFANASEV ALEKSANDR NIKOLAEVICH

Title:LA CIENCIA MÁGICA
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Aleksandr Nikoalevich Afanas'ev


La ciencia mágica




En una aldea vivían un campesino con su mujer y su único hijo. Eran
muy pobres, y, sin embargo, el marido deseaba que su hijo estudiase una
carrera que le ofreciese un porvenir brillante y pudiera servirles de
apoyo en su vejez. Pero ¿qué podían hacer? ¡Cuando no se tiene dinero...!

El padre llevó a su hijo a varias ciudades y pueblos para ver si
alguien quería instruirle de balde; pero sin dinero nadie quería hacerlo.
Volvieron a casa, lloró él, lloró la mujer, se desesperaron los dos por no
tener bienes de fortuna, y cuando se calmaron un poco, cogió el viejo a su
hijo y otra vez se marcharon ambos a la ciudad cercana. Cuando llegaron a
ésta encontraron en la calle a un hombre desconocido que paró al campesino
y le preguntó:

-¿Por qué estás tan triste, buen hombre?

-¿Cómo no he de estarlo? -dijo el padre-. Hemos visitado muchas
ciudades, buscando quien quiera instruir de balde a mi hijo, y no he
podido encontrarlo; todos me piden mucho dinero y yo no lo tengo.

-Déjamelo a mí -le dijo el desconocido-. En tres años yo le enseñaré
una profesión muy lucrativa; pero, acuérdate bien: dentro de tres años, el
mismo día y a la misma hora que hoy, tienes que venir a recogerlo; si
llegas a tiempo y reconoces a tu hijo, te lo podrás llevar; pero si llegas
tarde o no lo reconoces, se quedará para siempre conmigo.

El campesino se puso tan contento que se olvidó de preguntar sus
señas al desconocido y qué era lo que iba a enseñar a su hijo. Se despidió
de éste, volvió a su casa, y con gran júbilo contó lo ocurrido a su mujer.
No se había dado cuenta de que el desconocido a quien había dejado su hijo
era un hechicero.

Pasaron tres años; el viejo había olvidado por completo la hora y el
día y no sabía de qué modo salir de este apuro. El día anterior a aquel en
que el campesino tenía que presentarse al hechicero, su hijo, transformado
en un pajarito, voló a la casa paterna, se situó delante de la cabaña, y
dando un golpe en el suelo con una patita volvió a su estado primitivo y
entró en la casa hecho un joven guapísimo. Saludó a sus padres y les dijo:

-¡Padre! Mañana es el día en que tienes que venir a buscarme, pues se
cumplen los tres años de mis estudios, cuida de no olvidarlo.

Y le explicó a qué sitio tenía que ir y cómo podría reconocerlo.

-Mi maestro tiene en casa otros once jóvenes discípulos, los cuales
se han quedado para siempre con él porque sus padres no llegaron a tiempo
para llevárselos o no han sabido reconocerlos; si a ti te sucediese lo
mismo no tendría más remedio que quedarme toda la vida con él. Mañana,
cuando llegues a casa del maestro, él nos presentará a los doce jóvenes
transformados en doce palomos blancos todos exactamente iguales; tú tienes
que fijarte, pues al principio todos volaremos a la misma altura; pero
luego yo volaré más alto que los otros; el maestro te preguntará: «¿Has
reconocido a tu hijo?» Tú señálale el palomo que vuela más alto. Después
-prosiguió el hijo- te presentará doce caballos que tendrán todos el mismo
pelo, las mismas crines y la misma alzada; fíjate bien en que todos
estarán muy tranquilos menos yo, que me moveré y golpearé el suelo con la
pata izquierda. El maestro te repetirá la pregunta de antes y tú, sin
titubear, señálame a mí. Después de esto -siguió el hijo- aparecerán ante
ti doce guapos jóvenes todos de la misma estatura, del mismo color de
pelo, con la misma voz, y estarán vestidos y calzados todos iguales.
Fíjate bien entonces en que se posará en mi mejilla derecha una mosca
pequeñita; ése será el signo por el que podrás reconocerme.

Se despidió de sus padres, dio un golpe en el suelo, y al instante se
volvió a transformar en un pajarito, que se fue volando a casa de su
maestro.

Por la mañana el padre se levantó temprano y se fue en busca de su
hijo. Cuando se presentó delante del hechicero, éste le dijo:

-He enseñado a tu hijo durante tres años toda la ciencia que yo sé;
pero si tú no le reconoces se quedará conmigo para siempre.

Después soltó doce palomos todos blancos que no se diferenciaban en
nada. El hechicero dijo entonces al padre:

-Dime cuál es tu hijo.

-¿Cómo quieres que lo reconozca cuando todos son iguales? -exclamó el
padre.

Pero de pronto uno de los palomos empezó a volar más alto que los
demás, y el padre, entonces, reconoció en él a su hijo.

-Bien, hombre. Esta vez has reconocido a tu hijo -dijo el hechicero.

A los pocos minutos aparecieron ante ellos doce caballos, los cuales
tenían el mismo pelo, las mismas crines y la misma alzada. El padre empezó
a caminar alrededor de ellos sin poder reconocer a su hijo, cuando uno de
los caballos golpeó el suelo con la pata izquierda; el padre en seguida
señaló al caballo, diciendo al hechicero:

-Ése es mi hijo.

-Tienes razón, viejo -repuso el hechicero.

Por último, se presentaron ante sus ojos doce jóvenes guapísimos;
tenían todos la misma estatura, el pelo del mismo color, la misma voz y
estaban vestidos y calzados del mismo modo. El campesino se fijó bien en
ellos, pero esta vez no podía reconocer a su hijo; pasó por delante de
ellos dos veces, y por fin vio posarse una mosquita sobre la mejilla
derecha de uno de los jóvenes. El padre, lleno de júbilo, lo señaló al
hechicero, diciéndole:

-Maestro, ése es mi hijo.

-Lo has reconocido; pero no eres tú el sabio astuto, sino que el
astuto es tu hijo.

El padre, contentísimo y seguido del hijo, se marchó a su casa. No se
sabe cuánto tiempo caminaron; los cuentos se cuentan pronto, pero en la
realidad las cosas ocurren mucho más despacio. En su camino encontraron a
unos cazadores que estaban discutiendo, y mientras tanto, una zorra
aprovechaba la ocasión para huir de ellos.

-Padre -exclamó el hijo-, yo me transformaré en perro de caza, cogeré
a la zorra, y cuando los cazadores quieran quitármela tú les dirás:
«Señores cazadores, con este perro yo me gano la vida.» Ellos querrán
comprarte el perro y te ofrecerán por él una buena cantidad de dinero; tú
véndeme, pero conserva el collar y la correa.

Al instante se transformó en perro de caza y cogió a la zorra. Los
cazadores se pusieron a gritar al viejo campesino, diciéndole:

-¿Por qué, viejo, has venido aquí a molestarnos y robarnos nuestra
presa?

-Señores cazadores -respondió el viejo-, yo no tengo más que este
perro, con el cual me gano la vida.

-¿Quieres vendérnoslo?

-Compradlo.

-¿Cuánto quieres por él?

-Cien rublos.

Los cazadores, sin decir una palabra más, le pagaron al viejo los
cien rublos, y al ver que éste le quitaba al perro el collar y la correa,
dijeron:

-¿Para qué necesitas tú el collar y la correa?

-Por si se me rompen las correas de mis abarcas tener con qué
componerlas.

-Bueno, cógelos -le dijeron, y ataron al perro con un cinturón,
arrearon sus caballos y se marcharon.

Al poco rato vieron otra zorra y soltaron a sus perros; pero éstos,
por más que corrieron no la pudieron coger. Uno de los cazadores dijo a
sus compañeros:

-Amigos, soltad el perro que acabamos de comprar.

Lo soltaron, pero no tuvieron casi tiempo de verlo; la zorra corría
por un lado y el perro desapareció por el otro, y llegó donde se había
quedado el viejo, dio un golpe en el suelo, y al instante se transformó en
el guapo mozo de antes.

El padre y el hijo continuaron su camino; llegaron a un lago y vieron
a otros cazadores que cazaban patos grises.

-Mira, padre -le dijo su hijo-, mira cuántos patos vuelan. Voy a
transformarme en halcón para coger y matar a los patos; entonces los
cazadores empezarán a amenazarte para que les dejes cazar en paz, y tú
diles: «Señores cazadores, yo no tengo más que este halcón que me ayuda a
ganar el pan de cada día.» Ellos entonces querrán comprarte el pájaro, y
tú se lo venderás, pero acuérdate bien de no darles las correítas que
sujetan las patas.

Se transformó en un magnífico halcón que voló con gran rapidez a una
gran altura, y desde allí se precipitó sobre la manada de patos, hiriendo
y matando tantos que su padre reunió en seguida un montón de caza.

Cuando los cazadores vieron un halcón tan prodigioso se acercaron al
viejo y le dijeron:

-¿Por qué has venido aquí a quitarnos y estropearnos nuestra caza?

-Señores cazadores, no tengo más que este halcón, con la ayuda del
cual me gano la vida.

-¿Quieres vendérnoslo?

-Compradlo.

-...