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ANÓNIMO
Title:EL ARAWAK Y LA HIJA DE ANIANIMA
Subject:SPANISH FICTION
El arawak y la hija de Anianima
(Leyenda de la Guayana)
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Sobre los campos de la Guayana se ciernen, majestuosamente, verdaderas bandadas de buitres reales, que cruzan con vuelo magnífico el cielo. Y refiere la tradición que estas aves, cuando llegan a las alturas, sobre las nubes y los aires, abandonan su plumaje y adoptan la forma humana, que es la que en realidad les corresponde y que por algún extraño maleficio - o acaso privilegio - no deben ostentar cuando descienden a las bajas regiones terrestres.
En cierta ocasión, un joven Arawak, valeroso y hábil cazador, apresó a una de estas aves. Era un hermoso ejemplar, de magníficas plumas y profunda mirada. El Arawak caminó hacia su casa, en donde su anciana y buena madre esperaba su llegada. El afortunado cazador avanzaba, bien ignorante de que llevaba entre sus brazos a una encantadora doncella: la hija de Anuanima, el soberano de las celestes regiones. Despertóse en la joven repentino y poderoso amor hacia su raptor. Deseosa de darse a conocer, dejó caer el blando y espeso plumaje que la cubría y se ofreció a la vista del Arawak bajo el aspecto de una muchacha de maravillosa y fascinadora belleza. Presa de apasionado anhelo, que vencía a su pudorosa turbación, la hija de Anuanima declaró su amor al Arawak, y él la tomó por esposa.
Y, seguidamente, la princesa de la celeste región ascendió a su elevada morada y refirió a su padre y señor cuanto le había sucedido. Y suplicó que fuera recibido entre ellos su amante, que, sobre la tierra baja, esperaba, ansioso, el momento de reunirse con su esposa. Y después de muchos y ardientes ruegos, consiguió vencer la soberbia resistencia paterna, y el joven Arawak fue conducido a presencia del soberano de los aires, quien ratificó y bendijo la unión de su hermosa hija con el cazador.
Largo tiempo pasó, durante el cual ninguna nube empañó la felicidad de los esposos. Arawak vivía contento en su nueva patria, sin añorar en absoluto los paisajes ni gentes de su antigua habitación terrena. Tan sólo el recuerdo de su querida madre, que había quedado sola en la tierra, ponía una sombra de amargura en su dicha. Un día se decidió a solicitar autorización para visitarla y abrazarla, acaso por última vez. Y tomándole entre sus garras, los buitres reales le depositaron sobre un elevadísimo árbol, cuyo tronco estaba recubierto de una dura corteza, erizada de agudísimas espinas. Y abandonándole allí, remontaron el vuelo. Arawak llamó a los habitantes del bosque, a los nobles animales que respiran bajo las nubes y se guarecen junto a la tierra, y acudieron, compadecidos, los pájaros y las aves, que con el concurso de sus alas le ayudaron a descender, y las arañas, tendiendo habilidosamente sus cuerdas, fabricaron para él una resistente escala. Corrió a la casa materna y abrazó repetidas veces, entre lágrimas de alegría, a su querida madre.
Y cuando después intentó remontarse nuevamente a la región de los celestes habitantes, no pudo. Durante varios años luchó vanamente por reunirse con su querida esposa, y al dolor de su fracaso se unió el de verse convertido en el blanco de la airada persecución de los buitres reales. Su extraordinaria audacia le libró de mil difíciles riesgos; mas su apasionado amor por la hija de Anuanima le impidió deponer el desesperado tesón con que se empeñó en su inútil empresa.
Y también en esta ocasión los pájaros del bosque amigo le ayudaron, y, aunando sus fuerzas, remontaron a Arawak hasta el celeste reino de Anuanima. Un muchacho gallardo, apuesto y valeroso, le cerró el paso. En su arrogancia, en sus nobles facciones, en su acometividad, hubiérase reconocido al propio Arawak. Trabóse tenaz combate, y al fin el noble héroe cayó muerto, bajo los asaltos de su adversario, que no era, sino su propio hijo, que había nacido después del descenso de su padre a la tierra, y que había crecido en el odio y la lucha contra su progenitor.
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