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ANÓNIMO
Title:LA MUERTE DE MAXIMIANO HÉRCULES
Subject:SPANISH FICTION
La muerte de Maximiano Hércules
(Leyenda de Francia)
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Los provenzales del período galoromano contaban con toda clase de detalles la muerte del emperador Maximiano Hércules, cuya vida estuvo llena de agitación y terminó de manera trágica, en castigo a sus intrigas y traiciones, así como a sus persecuciones contra los cristianos. Este emperador vióse obligado a abdicar dos veces, y la última había sido forzado a refugiarse al lado del emperador Constantino, su yerno, al cual detestaba, a pesar de la ayuda que le prestó siempre.
Constantino lo acogió con bondad y lo trataba con respeto y veneración. Pero el viejo intrigante no estaba contento con el papel secundario a que se había visto reducido. Y soñaba con los medios de reemplazar a Constantino para ocupar el trono. En aquel tiempo, los bárbaros del otro lado del Rin representaban un peligro, a causa de sus correrías por las Galias. Los romanos seguían la política de oponerse a ellos vigorosamente cuando la irrupción era demasiado profunda e importante, o de crear discordias y rencillas entre sus jefes, para que, entretenidos en ellas, no pudieran concentrar su poder contra las fronteras romanas. Y de esta manera, cuando habían conseguido, por intrigas, que dos jefes bárbaros llegasen a un estado de enemistad, tomaban partido por uno de ellos y, luchando a su favor, destrozaban al otro, con lo que conseguían debilitar el poder de las dos tribus.
Cuando Maximiano Hércules se refugió junto a su yerno Constantino, lo encontró ocupado en construir un puente para pasar el Rin y marchar contra un poblado bárbaro cuyos habitantes habían cometido mil tropelías en una de sus incursiones. Maximiano, enterado por Constantino de la situación política de los bárbaros y de la necesidad de debilitar a algunos de sus jefes, vio el procedimiento por el cual iba a causar la perdición de Constantino y subir él de nuevo al trono. Le aconsejó que al frente de una vanguardia poderosa se internara más allá del Rin. Y de tal modo disfrazó el engañoso consejo con reflexiones, que Constantino aceptó encantado la opinión de su suegro. Maximiano le acompañó en algunas etapas, y cuando llegaron a un punto del que no podría retirarse con las tropas, pretextó sentirse indispuesto y volvió atrás, dejándole abandonado. Cuando repasó el Rin y tornó a las Galias hizo correr el rumor de que el ejército del Emperador había sido rodeado y destrozado por los bárbaros. Y así, dio lugar a que hubiera un movimiento militar y se hizo nombrar emperador.
Abrió las arcas de los tesoros, y, distribuyendo generosos donativos, se atrajo a muchos que desconfiaban del rumor de la destrucción de la vanguardia de Constantino o que se habían opuesto a la elección de Maximiano. Los que se habían mostrado parciales desde el primer momento a favor del viejo intrigante, recibieron una buena parte de oro y joyas, y esto aumentó su adhesión a Maximiano.
Una vez que con sus intrigas o con el reparto de los tesoros hubo puesto a su favor el ejército, mandó levantar los campamentos y ponerse en marcha hacia Arlés. En el camino iba agotando las provisiones de las ciudades por donde pasaba, o las dejaba imposibilitadas de prestar auxilio a Constantino. Pero no había contado con el ingenio de éste. Cuando supo la traición de su suegro, pactó con los bárbaros y regresó a marchas forzadas en persecución del traidor. Tan rápido fue esto, que Maximiano no tuvo tiempo de defender a Arlés y corrió a refugiarse a Marsella.
Constantino puso sitio a Marsella. Intentó un asalto, que no tuvo éxito, porque las escalas no eran bastante largas. Maximiano, creyendo que estaba seguro, se insolentó más allá de toda medida. Aquella misma tarde se asomó a la muralla y vio que Constantino se acercaba, y, cuando estuvo al pie del muro, levantó la voz y le dijo: «Mal me has pagado el amor que te demostré cuando, perseguido, y con peligro de perder la vida, viniste a mí. Has querido causarme la muerte y destrozar mis tropas. Has cometido la traición más vil que puede concebir pecho humano.» Maximiano rió sarcásticamente, burlándose de su yerno y diciéndole que allí le esperaba, si era capaz de asaltar la ciudad.
Pero, mientras tanto, unos soldados de Constantino habían logrado penetrar en la ciudad por otro punto y se habían apoderado de los lugares estratégicos más importantes. Los defensores fueron muertos o se unieron a sus antiguos camaradas. Y el viejo traidor se vio sorprendido apenas había terminado de burlarse de su yerno, y fue hecho prisionero.
El castigo menor para Maximiano debía haber sido la muerte. Pero Constantino, por amor a su mujer, Fausta, no quiso ordenar la ejecución. Y ni siquiera lo mandó encarcelar, sino que se contentó con no dejarlo salir del palacio. Y, como era de corazón bondadoso, al cabo de algún tiempo le perdonó la traición. Cualquier otro habría sido lo bastante sensato, para no intrigar más. Pero Maximiano, gozaba con la intriga y no tardó en preparar con suma astucia una nueva conjura.
Un día, después de haber tomado mil precauciones, habló a su hija Fausta e intentó convencerla de que debía ayudarle a él en sus propósitos de volver al trono, y que para ello, había de proporcionarle la ocasión de dar muerte a su marido. Fausta, aceptó la proposición de su padre y convino en dejar abierta, al día siguiente, la puerta de su cámara nupcial.
Naturalmente, como se comprende, la aceptación por parte de Fausta de ayudar a su padre en la nueva traición no era verdadera. Así que, en cuanto dejó a Maximiano, corrió a buscar a Constantino y le contó todo, lo que había hablado con el intrigante.
Constantino quiso coger a su suegro en flagrante delito, y lo dispuso, todo para que pudiera llegar hasta su cámara. Por la noche dio orden a la guardia de que no impidiesen la llegada de Maximiano, si venía; después ordenó a un eunuco que tomase sus ropas y que se echase en el lecho, al lado de la Emperatriz. Hecho esto, se ocultó tras unas cortinas, acompañado de unos hombres de armas.
Llegó la noche, y Constantino y su esposa se despidieron de Maximiano, retirándose a sus habitaciones. El viejo esperó, impaciente, que pasaran algunas horas, y cuando todo en el palacio parecía estar en calma, tomó un agudo puñal y se dirigió a la cámara de su hija. A los hombres que montaban la guardia en los pasillos les dijo que iba a dar cuenta al Emperador de un importante sueño que había tenido. Los centinelas le dejaron pasar. Maximiano penetró despacio en la cámara de su yerno; con paso lento se aproximó al lecho y clavó el puñal en el cuerpo de quien creía ser Constantino. El eunuco pasó del sueño a la muerte sin moverse. Maximiano retiró el puñal ensangrentado del cadáver y salió de la habitación gritando a los guardianes: «Acabo de dar muerte al Emperador, que os quería traicionar. Rendidme honores a mí y reconocedme como jefe vuestro.» Los soldados, indecisos, rindieron las armas al anciano, y éste mandó a uno de los centinelas que fuera a los cuarteles a levantar a las legiones. Pero en este instante se abrió una puerta y Constantino apareció ante los ojos aterrorizados de su suegro, y ante el desconcierto de los soldados. Los que acompañaban al Emperador se apoderaron de Maximiano y lo llevaron a prisión.
Constantino comprendió que no había medio para reducir a su suegro a la tranquilidad. Se presentó en la celda en donde aquél estaba, y le dijo: «No os queda otro camino que morir. Pero quiero evitaros la vergüenza de comparecer ante un tribunal. Escoged vos la muerte que deseéis.» Y dejó en el suelo un puñal, una cuerda y un pomo con veneno. Después se retiró.
Al otro día los carceleros encontraron a Maximiano que pendía de una cuerda. Se había ahorcado. Su cuerpo fue sepultado secretamente; mas no debía encontrar reposo, pues varios siglos más tarde fue desenterrado y arrojado al Ródano. Se vio bien claro que su cuerpo maldito pertenecía al demonio, pues las aguas se abrieron, para no tocarlo, y el cadáver cayó al fondo del cauce. Después, cuando las aguas se juntaron, se vio elevarse del sitio en donde cayera una gran humareda negra y rodeada de llamas espantosas.
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