ANÓNIMO

Title:LA SORTIJA ENCANTADA
Subject:SPANISH FICTION Scarica il testo


La sortija encantada



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Había una vez un viejo matrimonio que tenía un hijo llamado Martín. El marido enfermó y murió y, aunque se había pasado toda la vida trabajando no dejó más herencia que doscientos rublos. La viuda no quería gastar este dinero. ¿Mas, qué remedio le quedaba? Como no tenían qué comer hubo de recurrir a la vasija en que guardaba el patrimonio. Contó cien rublos y mandó a su hijo a comprar pan para todo el año. Martín, el hijo de la viuda, fue a la ciudad. Al llegar al mercado le sorprendió un tumulto del que salían gritos que asordaban y, al inquirir la causa, se enteró de que los carniceros habían atado un perro a un poste y le pegaban sin misericordia. Martín se compadeció del perro y dijo a los carniceros:
- Hermanos míos, ¿por qué pegáis al perro tan desalmadamente?
- ¿Por qué no hemos de pegarle, si ha echado a perder todo un cuarto de ternera?
- ¡Pero no le peguéis más, hermanos! Mas os valdría vendérmelo.
- Cómpralo, si quieres -le replicaron los carniceros burlándose de él.- Pero no te daremos por menos de cien rublos semejante alhaja.
- Y bien, cien rublos no son más que cien rublos, después de todo.
Y Martín dio los cien rublos por el perro, que se llamaba Jurka, y se volvió a casa.
- ¿Qué has comprado? -le preguntó su madre.
- ¡Mira, he comprado a Jurka! -contestó el hijo. Su madre le armó un escándalo y lo reprendió, gritando:
- ¿No te da vergüenza? ¡Pronto no tendremos nada que llevarnos a la boca y tú has ido a tirar el dinero en un condenado perro!
Al día siguiente la mujer mandó a su hijo a la ciudad y le dijo:
- Piensa que te llevas los últimos cien rublos. Compra pan. Hoy recogeré la poca harina que queda en los rincones y aun haré alguna torta, pero mañana no tendremos nada que comer.
Martín fue a la ciudad y se paseaba por las calles curioseando cuando vio un chico que arrastraba a un gato atado por el cuello.
- ¡Espera! -le gritó Martín.- ¿Por qué arrastras a Miz?
- ¡Voy a ahogarlo!
- ¿Pues qué ha hecho?
- Es un granuja. Ha robado un ganso.
- No lo ahogues. Más te valdrá vendérmelo.
- ¡No te lo vendería por menos de cien rublos!
- Y bien, cien rublos no son más que cien rublos, después de todo. Aquí los tienes.
Y se llevó a Miz.
- ¿Qué has comprado, hijo mío?, -le preguntó su madre cuando llegó a casa.
- ¡El gato Miz!
- ¿Y qué más?
- Tal vez quede algún dinero y podremos comprar otra cosa.
- ¡Oh, santo cielo! ¡Qué necio eres! -chilló la madre.- ¡Sal ahora mismo de casa y gánate la vida!
Martín no se atrevió a replicar a su madre. Cogió a Jurka y a Miz y se marchó a la próxima aldea en busca de trabajo. Allí encontró a un rico granjero que le preguntó:
- ¿Dónde vas?
- Voy a ajustarme como jornalero.
- Ven conmigo. Yo tomo jornaleros sin contrato, pero si me sirves bien durante un año, no te arrepentirás.
Martín se avino y durante un año trabajó para el granjero sin descanso. Llegado el día del pago, el granjero condujo a Martín al pajar, le mostró dos sacos llenos y le dijo:
- Coge el que quieras.
Martín examinó los sacos. El uno estaba lleno de monedas y el otro de arena, y él pensó para sí: "Esto no está hecho sin razón alguna; sin duda es un engaño. Cogeré el de arena y no dudo que saldrá algo bueno".
Martín se cargó el saco de arena y fue en busca de trabajo a otro pueblo. Anda que andarás, anda que andarás, llegó a un bosque enmarañado y en el interior del bosque había un claro y en el claro un círculo de fuego y en el centro del círculo una doncella tan hermosa que daba gloria mirarla. Y la hermosa doncella le dijo:
- Martín, hijo de la viuda, si quieres ser feliz, sírveme; apaga el fuego con la arena que has ganado con tu trabajo.
- Y bien, ¿por qué no? -pensó Martín.- ¿Qué he de hacer con este saco que pesa tanto? Es preferible socorrer con él a una persona.
Y como lo pensó lo hizo. Desató el saco y esparció la arena por el fuego. Enseguida se extinguió la hoguera, pero la hermosa doncella se transformó en una serpiente, se enroscó a la cintura y al cuello del muchacho y le dijo:
- ¡No temas, Martín, hijo de la viuda! Ve sin miedo a la tierra de Tres Veces Diez, al mundo subterráneo que gobierna mi padre. Pero ten presente lo que te digo: él te ofrecerá plata y oro y piedras preciosas a manos llenas; tú no aceptarás nada de lo que te ofrezca, pero le pedirás la sortija que lleva en el dedo meñique. Esa sortija no es una sortija cualquiera. Si la cambias de dedo, doce jóvenes campeones se te aparecerán inmediatamente, y en una noche harán lo que les mandes
El mozo se puso a caminar y al cabo de muchos días y muchas noches llegó al país de Tres Veces Diez, y al pasar por una roca levantada en medio del camino, la serpiente saltó de su cuello y se convirtió en la hermosa doncella de antes.
- Sígueme -dijo a Martín, mostrándole un agujero debajo de la roca.
Durante mucho tiempo estuvieron andando por aquel túnel hasta que llegaron a una llanura al aire libre, y en mitad de esta llanura se levantaba un castillo de alabastro, con tejados de escamas de oro, y pináculos de oro.
- Ahí es donde vive mi padre, el Zar de esta región subterránea -dijo la hermosa doncella.
Los viajeros entraron al castillo y el Zar los recibió amablemente.
- Mi querida hija, no esperaba verte por aquí. ¿Por dónde te has estado arrastrando todo este tiempo?
- ¡Mi querido padre y luz de mis ojos: me hubiera perdido para siempre a no ser por este joven que me salvó de una muerte irremediable!
El Zar se volvió a mirar amistosamente a Martín y dijo:
- Gracias, joven. Estoy dispuesto a premiarte con lo que desees. Toma cuanto quieras de mi plata, de mi oro y de mis piedras preciosas.
- Gracias, soberano Zar, por tu generosidad; no quiero plata ni oro ni piedras preciosas, pero si quieres premiarme a medida de tu magnanimidad, te ruego que me des la sortija que luce en el dedo meñique de tu real diestra. Siempre que la mire me acordaré de ti, y si algún día encuentro la mujer que rinda mi corazón, se la regalaré.
El Zar se quitó inmediatamente la sortija y se la dio a Martín, diciendo:
- No faltaba más, buen joven. Toma mi sortija y que te aproveche. ¡Pero no digas a nadie que no es una sortija como cualquier otra, porque podría acarrearte graves perjuicios!.
Martín, el hijo de la viuda dio las gracias al Zar y tomó la sortija. Luego se volvió por donde había entrado al reino subterráneo. Llegó a su casa, consoló a su madre y vivieron los dos sin que nada les faltara. Pero, a pesar de la buena vida que se daba, Martín estaba triste. ¿Y cómo no había de estarlo si deseaba casarse y el objeto de su amor no era una muchacha de su clase sino nada menos que la hija del rey? Consultó a su madre y le rogó que hiciese de casamentero, diciéndole:
- Ve tu misma a ver al Rey y pídele para mí la mano de su hija, la sin par Princesa.
- Pero, hijo mío, ¿no sería mejor que tú mismo cuidaras de eso? ¿Cómo quieres que vaya yo a ver al rey a pedirle su hija para ti? Eso equivaldría a pedir que nos cortasen la cabeza a los dos.
- ¡No tengas miedo, madre mía! Cuando yo te mando, puedes ir tranquila. Y procura no volver sin una contestación.
La buena anciana se dirigió, sin más, al palacio real, y sin hacerse anunciar empezó a subir la regia escalera. Los guardias le impidieron el paso con las armas pero ella las apartó sin inmutarse y continuó subiendo. Luego acudieron lacayos que la cogieron suavemente del brazo con intención de echarla, pero la mujer movió tal zipizape y lanzó tales chillidos, que el mismo Rey oyó el ruido y salió a la ventana a ver qué pasaba. Y, en efecto, vio que sus lacayos trataban de hacer retroceder a una mujer que gritaba con todas sus fuerzas.
- ¡No quiero marcharme! ¡He venido a ver al Rey, porque tengo que darle un encargo que le conviene!
El Rey ordenó que dejasen pasar a la anciana, y ésta fue admitida en el suntuoso salón del trono, donde la esperaba el Rey rodeado de sus ministros. La anciana invocó a los santos y se inclinó ante el Rey.
- ¿Qué tienes que decirme, anciana? -preguntó el Rey.
- Pues, Señor, he venido a ver a su Majestad... que no ofendan mis palabras... ¡He venido ...