ANÓNIMO

Title:LA ACUSADORA
Subject:SPANISH FICTION Scarica il testo


La acusadora



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Una vez vivía un matrimonio anciano. Ella, sin que fuera una mala mujer, tenía el defecto de no sujetar su lengua, y todo el pueblo se enteraba por ella de lo que su marido le contaba y de lo que en casa sucedía, y no satisfecha con esto, exageraba todo de tal modo, que decía cosas que nunca ocurrieron. De vez en cuando, el marido tenía que castigarla y las costillas de la mujer pagaban las culpas de su lengua.
Un día, el marido fue al bosque por leña. Apenas había penetrado en él, notó que se le hundía un pie en la tierra, y el buen viejo pensó:
- ¿Qué será esto? Voy a remover la tierra y tal vez tenga la suerte de encontrar algo.
Se puso a hurgar y al poco rato descubrió una caldera llena de oro y plata.
- ¡Que suerte he tenido! ¿Pero qué haré con esto? No puedo ocultarlo a mi buena mujer, aunque estoy seguro que todo el mundo se enterará por ella de mi feliz hallazgo y yo habré de arrepentirme hasta de haberlo visto.
Después de largas reflexiones llegó a una determinación. Volvió a enterrar el tesoro, echó encima unas cuantas ramas y regresó al pueblo. Enseguida fue al mercado y compró una liebre y un besugo vivos, volvió al bosque y colgó el besugo en lo más alto de un árbol y metió la liebre en una nasa que dejó en un puesto poco profundo del río.
Hecho esto se dirigió al pueblo haciendo trotar su caballejo por pura satisfacción y entró en su cabaña.
- ¡Mujer, mujer -gritó,- acabo de tener una suerte loca!
- ¿Qué te ha pasado, qué te ha pasado, hombre? ¿Por qué no me lo cuentas?
- ¿Qué te he de contar, si enseguida propalarías el secreto?
- Palabra de honor que no diré nada a nadie. Te lo juro. Si no me crees, estoy dispuesta a descolgar la santa imagen de la pared y a besarla.
- ¡Bueno, bueno; escucha! -consintió el hombre. Y acercando los labios al oído de su mujer le susurró: -He hallado en el bosque uno caldera llena de oro y plata.
- ¿Por qué no la has traído aquí?
- Porque será mejor que vayamos los dos juntos a buscarla.
Y el buen hombre fue con su mujer al bosque. Por el camino el labrador dijo a su mujer:
- Por lo que he oído y según me contaron el otro día, parece que ahora no es raro que los árboles den peces ni que los animales del bosque vivan en el agua.
- ¿Pero, qué estás diciendo, mentecato? La gente de hoy día no hace más que mentir.
- ¿Y a eso llamas tú mentir? Pues mira y te convencerás por ti misma.
Y señaló al árbol de donde colgaba el besugo.
- ¡Es maravilloso! -exclamó la mujer.- ¿Cómo ha podido subir ahí el besugo? ¿Será verdad lo que dice la gente?
El campesino permanecía como clavado en el puesto, moviendo los brazos, encogiéndose de hombros y agitando la cabeza como si no pudiera dar crédito a lo que estaba viendo.
- ¿Qué haces ahí parado? -dijo la mujer.- Sube al árbol y coge el besugo. Nos lo comeremos para cenar.
El labrador cogió el besugo y siguieron andando. Al llegar al río, el hombre detuvo el caballo. Pero la mujer empezó a chillarle, diciendo:
- ¿Qué estás mirando, papanatas? Démonos prisa.
- No sé qué decirte, pero mira. Veo que algo se mueve dentro de mi nasa. Voy a ver que pez ha caído.
Fue en una corrida a la orilla, miró dentro de la nasa y llamó a su mujer:
- ¡Ven y mira que hay aquí, mujer! ¿Pues no ha caído una liebre en la nasa?
- ¡Cielos! Después de todo, no te dijeron más que la verdad. Sácala enseguida, y tendremos comida para el domingo.
El marido cogió la liebre y luego condujo a su mujer al lugar de¡ tesoro. Levantó las ramas, removió la tierra, sacó la caldera y se la llevaron a casa.
El matrimonio fue rico desde aquel día y vivió alegremente, pero la mujer no se enmendó; cada día invitaba gente y les daba tales banquetes, que al marido casi se le hacía aborrecible su casa. El hombre trató de corregirla.
- ¿Pero en qué piensas? -le decía.- ¿No quieres hacerme caso?
- No recibo órdenes ni de ti ni de nadie -replicó ella.- Yo también encontré el tesoro y tengo tanto derecho como tú a divertirme como él me permite.
El marido estuvo desde entonces algún tiempo sin decirle nada, pero al fin le dirigió la palabra diciendo:
- ¡Haz lo que te dé la gana, pero no estoy dispuesto a que tires más dinero por la ventana!
La mujer se enfureció y contestó en mal tono:
- Ya sé lo que quieres: guardar todo el dinero para ti. Antes te arrojaré por el despeñadero para que los cuervos te dejen sólo con los huesos. ¡No te lucirá mucho mi dinero!
El marido le hubiese dado un golpe, pero la mujer huyó y acudió al juez y presentó una querella contra aquél.
- Vengo a ponerme en manos de tu piadosa justicia y a presentar una demanda contra mi inútil marido. Desde que encontró el tesoro no es posible vivir con él. No quiere trabajar y pasa el tiempo bebiendo y pindongueando. Quítale todo el dinero padre. ¡El oro que así pervierte a una persona es cosa vil!
El magistrado se apiadó de la mujer y envió a su escribano más antiguo para que fuese juez entre el marido y su esposa. El escribano reunió a todos los ancianos del pueblo y cuando se presentó el campesino le dijo:
- El magistrado me ha mandado venir y ordena que me entregues todo tu tesoro.
El campesino se encogió de hombros y preguntó:
- ¿Qué tesoro? No sé nada de mi tesoro.
- ¿Que no sabes nada? Pues tu mujer acaba de ir a quejarse al magistrado, y yo te digo, amigo, que si niegas, peor para ti. Si no entregas todo tu tesoro a¡ magistrado, habrás de responder por tu osadía de encontrar tesoros y no descubrirlos a la autoridad.
- Perdonadme, honorables señores. ¿De qué tesoro me estáis hablando? Tal vez mí mujer haya visto ese tesoro en sueños, os habrá dicho un cúmulo de insensateces y le habéis hecho caso.
- No se trata de insensateces -le gritó la mujer,- sino de una caldera llena de plata y oro.
- Tú has perdido el juicio, querida esposa. Perdonad, honorables señores. Haced el favor de interrogarla minuciosamente sobre el asunto, y si puede probar lo que dice contra mi, estoy dispuesto a responder con todos mis bienes.
- ¿Y tú crees que no puedo probar lo que digo contra ti? ¡Lo probaré, granuja! Le diré cómo sucedió todo, señor escribano. Lo recuerdo perfectamente sin olvidar detalle. Fuimos al bosque y en un árbol vimos un besugo.
- ¿Un besugo? -interrumpió el escribano.- ¿0 pretendes burlarte de mí?
- No, señor, no quiero burlarme de nadie sino decir la verdad.
- Pero, honorables señores -advirtió el marido,- ¿cómo podéis darle crédito si dice tales desatinos?
- ¡No digo desatinos, cabeza de alcornoque! Digo la verdad. ¿O ya no recuerdas que luego encontramos una liebre en la nasa del río?
Todos los asistentes se retorcían de risa y el mismo escribano se sonreía alisándose la barba. El campesino, dirigiendose a su mujer, la aconsejó:
- Frena tu lengua. ¿No ves que todo el mundo se te ríe? Y vosotros, honorables señores, ¿no os habéis convencido ya de que no se le puede creer?
- Realmente -contestaron los ancianos a una voz,- somos viejos y nunca habíamos oído hablar de peces que cuelguen de los árboles ni de liebres que vivan en el río.
El mismo escribano comprendió que se le presentaba un asunto insoluble y levantó la sesión con un ademán desdeñoso.
Y todo el pueblo se reía tanto de la mujer, que ésta optó por morderse la lengua y hacer caso de su marido. Éste compró mercancías con su tesoro, fue a vivir a la ciudad donde se dedicó al comercio, se enriqueció más y más y fue feliz todo el resto de su vida.



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