ANÓNIMO

Title:EL HIJO DEL ADIVINO
Subject:SPANISH FICTION Scarica il testo


El hijo del adivino



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Estando en su lecho de muerte, un adivino hizo el horóscopo de su segundo hijo, cuyo nombre era Gengazara, y ésta fue la única fortuna que le legó, dejando todo su dinero y tierras al hijo mayor. Gengazara leyó atentamente el horóscopo y se dijo:
- ¿Esto es todo lo que ha de ser mi vida? Mi padre jamás falló en sus horóscopos, y el mío no puede ser peor: seré pobre todo la vida. Estaré diez años en la cárcel. Moriré a la orilla del mar; lo cual significa que me encontraré lejos de mis amigos y parientes en un país bañado por el mar. Y ahora viene la parte más curiosa del horóscopo: más tarde tendré alguna felicidad. Esa felicidad es un enigma para mí.
Cuando terminaron los funerales, el muchacho se despidió de su hermano mayor, y partió hacia Benarés. Como quería evitar las orillas del mar, a fin de vivir muchos años, se adentró en un terrible desierto y a los tres días se encontró sin agua y sin comida. La situación era desesperada, pero el joven no se inmutó.
- Mi padre jamás se equivocó en sus profecías, y si me predijo que moriría junto al mar, no hay peligro de que fallezca en este desierto.
Este pensamiento calmó un poco la terrible sed que sentía, y al mismo tiempo le dio nuevas fuerzas, haciendo que al poco rato llegase junto a un pozo en ruinas.
Pensando que podría obtener algo de agua descolgando su cantimplora con un cordel, lo hizo así, y de pronto llegó a sus oídos una voz que decía:
- Sálvame, hombre. Soy el rey de los tigres y me estoy muriendo de hambre. En los últimos tres días no he comido nada. La suerte te ha traído a ti a este pozo. Si me ayudas encontrarás en mí un amigo para toda la vida. No creas que soy un animal de presa. Si me salvos no tocaré un pelo de tu ropa. Por favor te ruego que me saques de aquí.
- ¿Debo sacarle o no? -se dijo Gengazara.- Si le saco puedo convertirme en su comida. Pero no, no puede ser porque según el horóscopo de mi padre debo morir junto al mar y esto no se parece en nada al Océano. Además, mi padre jamás se equivocó.
Sin vacilar un momento más, el joven tendió al tigre su cantimplora atada al cordel. El animal se cogió a ella y ayudado por el hombre, saltó fuera del pozo. Fiel a su palabra no intentó nada contra Gengazara. Al contrario, dio tres vueltas alrededor de él y deteniéndose ante el joven, le dijo:
- Mi bienhechor. Nunca olvidaré este día ni tu bondad. En premio a ella te juro ayudarte en todas las dificultades en que puedas encontrarte. Si me necesitas no tienes más que pensar en mí y al momento acudiré a tu lado.
"Ahora, voy a contarte el motivo de hallarme dentro del pozo. Hace tres días encontré a un joyero y le perseguí para comérmelo. Viendo que no podía escapar de mis garras, el hombre saltó dentro de este pozo y ahora se encuentra en el fondo del mismo. Yo le seguí, pero me quedé cogido en un saliente. Un poco más abajo, en otro saliente, se encuentra una serpiente de cascabel medio muerto de hambre. Más hacia el fondo, también en otro saliente, hay una rata. Sin duda te pedirán los tres que los saques del pozo. Pues bien, como amigo te diré que ayudes a los dos animales, pero que no hagas caso de las demandas del joyero. Los joyeros no son gente de fiar, y éste mucho menos que los demás. Por tu bien no le auxilies, podrías arrepentirte.
Dicho esto, el tigre se marchó por el desierto, sin aguardar la respuesta de su salvador.
Gengazara reflexionó sobre las palabras del tigre y uno tras otro salvó a la serpiente y a la rata.
Ambos animales dieron tres vueltas a su alrededor, y como el tigre, le prometieron ayudarle en el momento en que los necesitase. Para tenerlos a su lado no tendría que hacer más que pensar en ellos. Pero lo mismo que el tigre, le advirtieron de¡ peligro de salvar al joyero.
El joven recapacitó acerca del consejo dado por los tres animales, pero como tenía mucha sed, dejó bajar la cantimplora, para coger agua. El joyero le pidió por todos los dioses que le salvara del lugar aquel, prometiéndole ser su amigo eterno.
Gengazara, que era bueno, no pudo resistir las peticiones del desgraciado y le salvó como a los animales. Después, siempre temiendo que aún quedara alguien en aquel concurrido pozo del desierto, hizo bajar la cantimplora, y al fin pudo saciar su sed.
- Mi querido amigo y protector -le dijo el joyero.- He oído la serie de tonterías que os han dicho esos tres animales. Me alegro infinito de que no hayáis hecho caso de sus consejos. Me estoy muriendo de hambre y os ruego me permitáis dejaros. Me llamo Manicasari y vivo en Ujaini, a veinte kas al Sur de este lugar. Cuando regreséis de Benarés podéis pasar por mi casa y tendré un gran placer en pagaros un poco de lo mucho que por mí habéis hecho.
Dicho esto, el joyero se despidió de Gengazara, quien partió hacia el Norte, en dirección a Benarés.
Llegó a la ciudad Santa y vivió en ella durante diez años, durante los cuales olvidó casi por completo al tigre, a la serpiente, a la rata y al joyero. Al cabo de diez años de vida religiosa, el recuerdo de la casa de su hermano y el deseo de verle le asaltaron tan insistentemente, que se dijo:
- Con las prácticas religiosas que he hecho, he debido de conseguir suficientes méritos. Es, pues, el momento de regresar a mi casa.
Recordando la profecía de su padre acerca de morir a la orilla del mar, regresó a su pueblo por el mismo camino que siguiera diez años antes, y así se dio el caso de que llegase junto al pozo donde le ocurrió la antes descrita aventura. Enseguida le asaltaron los recuerdos de ella y pensó en el tigre y en la prometida fidelidad.
Apenas habían transcurrido unos segundos, cuando de detrás de unos matorrales salió el rey de los tigres trayendo una pesada corona en la boca. Los brillantes y perlas de que estaba incrustada, brillaban fuertemente a los rayos del sol. El tigre depositó la corona a los pies de su salvador y dejando de lado todo su orgullo, se tendió ante él como un perrillo.
- Mi salvador -empezó con voz dolida.- ¿Cómo es que me has olvidado durante tantos años? Siento una felicidad enorme al comprobar que aún ocupo un rinconcito en tu pensamiento. Nunca olvidaré el día en que me salvaste la vida, y por ello, como poseo algunas joyas, te he traído esta insignificante corona, que podrás vender a buen precio en tu país.
El joven examinó una y otra vez la corona, contó los diamantes y las perlas, y se dijo que con su importe sería uno de los hombres más ricos. Dio las gracias al tigre y cuando éste se hubo marchado, pensó en la serpiente y en la rata. Los dos animales acudieron inmediatamente con su regalo, dieron amplias muestras de¡ cariño que sentían por el hombre que les había salvado la vida, y después de saludar humildemente a Gengazara, se despidieron de él, dejándole reflexionando acerca de la fidelidad demostrada por ellos.
- Si estos tres animales se portan así, ¿cómo se portará Manicasari, que es un ser humano? Como esta corona es demasiado voluminosa para llevarla así todo el camino, le pediré que funda el oro y me haga un lingote. Así haré un paquete con el oro, las perlas y los diamantes, y podré caminar mucho más tranquilo.
Así pensando, llegó a Ujaini donde preguntó por el joyero Manicasari, cuya casa le fue enseñada al momento. Manicasari se mostró contentísimo al ver de nuevo al hombre que diez años antes, a pesar del consejo dado por tres animales, le había salvado la vida. Gengazara le mostró en seguida la corona que había recibido del tigre y le pidió su ayuda para separar el oro y los diamantes.
El joyero accedió de buena gana e invitó a su huésped a que descansara, y fuese luego a bañarse. Gengazara que era muy religioso se dirigió al río, a tomar el baño que ordena la Religión.
Ahora bien: ¿Cómo llegó la corona aquella a poder del tigre? De una manera muy sencilla: una semana antes, el Rajá de Ujaini había salido de caza con sus cortesanos. De pronto, un tigre salió de la espesura, y precipitándose sobre él, lo arrastró hasta su cubil, sin que los demás cazadores tuvieran tiempo de rescatar el cuerpo.
Cuando los cortesanos informaron de lo ocurrido al príncipe heredero, éste que adoraba a su padre derramó abundantes lágrimas, y proclamó que daría la ...