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ANÓNIMO
Title:LAS ANDANZAS DEL GAUCHITO COLIFLOR
Subject:SPANISH FICTION
Las andanzas del gauchito Coliflor
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El gauchito Coliflor, era un pintoresco habitante de la pampa en donde tenía su pequeña morada.
Su estatura no era mayor que la de un niño de diez años, pero su edad era mucha, ya que al decir de quienes lo trataban desde tiempos pasados, el gauchito Coliflor era un hombre de más de cincuenta años.
Por toda propiedad tenía un caballito enano, de gran mansedumbre y de hermoso aspecto, siempre lustrosas sus ancas y bien trenzado su crin renegrido y brillante.
Su apero o montura gaucha, era de un valor incalculable, ya que en ella se veían virolas de oro y plata, riendas con adornos del mismo metal y estribos resplandecientes de inmenso valor.
Toda la comarca envidiaba al gauchito Coliflor, que sin tener haciendas ni campos ni otras propiedades, vivía como un rey en la inmensa soledad de la verde llanura.
En su cintura, sujetado por un cuero cubierto de monedas de oro, ostentaba su afilado facón, alargada arma de aguda punta, que en manos de nuestro diminuto personaje era temible, según los colonos de aquellos contornos.
Muchas leyendas se narraban del gauchito Coliflor, y hasta se aseguraba que había librado más de un encuentro con hombres de mayor estatura, y que siempre había salido victorioso de los singulares combates, quizás ayudado por alguna bruja endemoniada e invisible, que lo protegía y lo amparaba para que prosiguiera su vida misteriosa y aventurera.
Lo cierto es que nadie se acercaba a su guarida y hasta los indios, esos temibles merodeadores del desierto, no se atrevían a dejarse ver por los contornos de la tapera que le servía de albergue.
Cierta vez desapareció de las casas de una estancia, una hermosa muchacha de nombre Clorinda y la alarma por el rapto fue general, ya que en otras ocasiones habían desaparecido de la comarca niñas y niños que nunca más se volvieron a ver.
Todos los colonos se reunieron para efectuar una batida con deseos de hallar el misterioso delincuente y regresaron a sus viviendas días después sin haber dado con el más leve rastro que les indicara el escondite del invisible raptor.
Pero, lo que para los demás había sido motivo de temor y de misterio, no lo fue para un niño, hermano de Clorinda, que ante la desgracia de tan dolorosa pérdida se impuso la obligación de buscar solo, algunas huellas que lo orientaran hacia el lugar donde se hallaba la hermosa muchacha.
Días y días vagó por las inmensas soledades de la pampa, tras de algún indicio y nadie se salvó de su petición de ayuda. El niño, desesperado, acudió a todas las fuentes informativas sin conseguir ningún dato de la misteriosa desaparición.
El tero que encontró en su camino le respondió que nada había visto; el zorro a quien llegó confiando en su vivacidad, también te dijo que desconocía el paradero de Clorinda; el veloz corredor de los desiertos, el ñandú, nada supo responderle, y así prosiguió, hasta que una noche, fatigado, se echó al amparo de un ombú, para llorar su desesperación e impotencia.
En esta triste situación estaba, acostado contemplando las estrellas, cuando se le aproximó un pequeño tucutucu, es decir, un ratoncillo del campo, que así lo llaman por su extraño grito muy parecido a su nombre, el cual, llegando hasta su oído, le dijo muy quedo:
- ¡Soy el tucutucu! ¡Escucha!
- ¡Habla! -le respondió el niño incorporándose lleno de esperanzas.
- ¡Conozco tu desgracia -prosiguió el roedor mirándolo con su ojillos redondos y vivaces;- tu hermanita Clorinda ha desaparecido y yo sé quién la tiene!
- ¿Quién? -demandó el muchacho ansiosamente.
- ¡El gauchito Coliflor, que no es sino un temible brujo de la pampa!
- ¡No puede ser! -respondió Rudecindo, que así se llamaba el niño.- ¡El gauchito Coliflor es un enano inofensivo!
El tucutucu se rió por lo bajo y contestó con sorna:
- ¡Qué sabes tú! ¡Nadie conoce las andanzas de ese bandido, porque sabe ocultarlas. El matrero está protegido por sus hermanas, las arpías, que son las temibles brujas del desierto que todo lo pueden, y por esto siempre sale victorioso de sus fechorías. Pero... nosotros los tucutucu, aguardamos el día en que alguien más poderoso que él nos sepa vengar de todos los agravios que nos ha inferido.
- ¿Os ha hecho daño? -preguntó Rudecindo.
- ¡Mucho! El gauchito Coliflor vive en un rancho del desierto, pero lo que todo el mundo ignora es que ese rancho, bajo el suelo, tiene una misteriosa galería que se interna hasta lo más hondo de la tierra, en donde mora el maldito acompañado de sus hermanas las brujas.
- ¿Será posible?
- ¡Lo juro! -contestó el roedor con firmeza. Nosotros los animales del campo que vivimos bajo de tierra, nos hemos visto desplazados por este invencible enano, que sin miramientos nos ha robado el subsuelo, dejándonos a la intemperie, en donde seguramente moriremos todos de frío.
El muchacho estaba asombrado. ¡No era para menos! ¡Quién hubiera pensado que el inofensivo gauchito Coliflor, fuera tan terrible enemigo y, sobretodo, que estuviera en contacto con las horribles y siempre temidas brujas de la llanura!
- ¿Sabes dónde está? -preguntó angustiado.
- ¡Sí, lo sé! -respondió el tucutucu con voz apagada.- ¡Pero... no grites, que el gauchito Coliflor, según dicen, cuando quiere se hace invisible para saber cuanto es necesario a sus endiablados planes!
Rudecindo se sobresaltó por la advertencia y miró con temor a todos lados, no viendo más que sombras y campo desierto.
- ¿Sabes cómo se encuentra mi hermanita? -volvió a preguntar.
- ¡No creo que esté bien! ¡El maldito matrero rapta a las chicas para sacrificarlas a sus temibles dioses!
- Entonces... ¡mi pobre Clorinda está perdida! -gimió Rudecindo con un sollozo.
El tucutucu lo miró detenidamente y luego repuso con voz de bajo profundo:
- ¡No desesperes! ¡Tu hermana aún no ha muerto! La fiesta del fuego en la que será sacrificada, comenzará dentro de diez horas.
- Pero... ¿cómo podría llegar hasta ella y salvarla? ¿De qué medios me valdré para bajar hasta las profundidades de la tierra? ¡Imposible! ¡Imposible! -Y el pobre muchacho se puso a llorar copiosamente.
El tucutucu pareció conmoverse ante la desesperación de Rudecindo, y luego de una corta pausa le dijo, acariciándolo con su patita:
- ¡Oye, Rudecindo... a nadie debes comunicar lo que vas a escuchar y ver! ¿Me lo juras?
- ¡Te lo juro! -contestó el muchacho.
- Pues bien, fío en tu palabra y te ayudaré. Recuerda lo que voy a decirte. Tengo un pelo en mi colita que es mágico y quien lo encuentre podrá conseguir tres cosas, sean cuales fueren. El hada del campo, me dotó cierta vez de esa virtud sobrenatural, tocándome con su varita de luz. Si quieres hacer la prueba de luchar contra Coliflor, elige uno de mis pelitos y vete a buscarlo. Si el pelito elegido es el que posee las tres gracias del hada, podrás recuperar a Clorinda y dar muerte al gauchito bandido y si fracasas en tu elección, serás tú el que morirás. ¿Aceptas?
- ¡Sí! -respondió Rudecindo sin vacilar.
- Pues bien -prosiguió el tucutucu, aquí tienes mi colita y quiera tu suerte que sepas elegir el pelo mágico que os salvará a ti y a tu hermana.
El pobre muchacho vio junto a sus ojos la diminuta cola del roedor y al contemplarla cubierta de pelos, su turbación fue tan grande que no supo qué hacer.
- ¡Posees un millón de pelitos! -exclamó.
- ¡Ya lo, sé! Lo que quiere decir, que tienes en tu favor, sólo una probabilidad contra un millón. Anda; elige y que la suerte te favorezca.
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