Hubo en otros tiempos un caballo célebre, como él ninguno corrió jamás, y para que su nombre viviese eternamente en el recuerdo de la gente, decidieron las autoridades erigir a su memoria un grandioso monumento.
Se hizo una subscripción popular entre todos los cuadrúpedos; se llamó a concurso a los mejores artistas, y para el día de la inauguración del monumento se resolvió convidar, además de las autoridades, a todos los descendientes del ilustre prócer.
No alcanzaron las tarjetas, pues no hubo ese día mancarrón inservible que no se diera por pariente de aquel gran caballo. Y cuando ya se iba a cerrar el registro, todavía se presentó el burro, asegurando que él también tenía con el célebre caballo cierto parentesco lejano.