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COLOMA LUIS
Title:PELUSA
Subject:SPANISH MISCELLANEOUS WRITINGS
Luis Coloma
Pelusa
(cuento infantil)
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Pues, señor, que era vez y vez de una vieja, más vieja que el modo de llover, más fea que pegarle a su padre y más mala que el pecado mortal, que se llamaba la vieja Paví. Pues vamos a que esta vieja Paví tenía consigo una niña de cinco a seis años, blanca y rubia como el angelito que juega a los pies de la Virgen con un manojito de flores.
Llamábase la niña Pelusa, y las vecinas la creían todas nieta de la tía Paví; porque la pícara vieja, a fuerza de pellizcos y alfilerazos, la obligaba a llamarla abuela. Pero no era verdad: cuando era chiquita la había robado en el jardín de un palacio magnífico, donde se había dormido sobre unas matitas de albahaca y alhucemas mientras la niñera hablaba con el novio por una ventana de la tapia. Estaba la verja abierta, y la vieja Paví entró de puntillas, cogió a la niña dormida, la metió en un saco de trapos y echó a correr, pensando sacarle las mantequitas para hacer el unto con que las brujas vuelan; porque ella lo era, y de las malas, malas, que montan en escobas. Pero cuando fue a matarla lloraba tanto la niña, que temió la oyesen los guardias; y como la vio tan bonita, decidió entonces criarla con mendruguitos de pan hasta que fuese grande, para venderla entonces a cualquier señorón rico que la pagase bien.
Cuando creció Pelusita extrañábase y dolíase de que todos los niños tuviesen un papá y una mamá, y ella no tuviese ninguno. Un día preguntó llorando a la vieja.
-Pero, abuela, ¿por qué no tengo yo papá? ¿Por qué no tengo mamá?
-Porque tú naciste de las pelusas en un nido de ratones -le contestó la vieja furiosa-. Allí te encontré yo barriendo un día el rincón de la despensa: por eso te llamas Pelusa. ¡Pelusa! ¡Pelusa!
Y para que no llorase la pegaba con la caña de la escoba, y le tiraba pellizcos, y le pinchaba las manitas con un alfiler negro muy gordo con cabecilla verde. Pelusita se escondió debajo de la mesa, y llorando
La robó en el jardín de un palacio.
muy quedito para que no la oyese la vieja, decía desconsolada:
-Tú naciste de las pelusas de un nido de ratones.
-¡Ay, si yo tuviera un papá!... ¡Ay, si yo tuviera una mamá!...
Pues vamos a que un día fue la vieja Paví a echar una carta al correo y dejó a Pelusita sentada a la puerta de la calle al cuidado de la comida.
Estaba ésta en un pucherito puesto sobre un anafe de yeso, y mientras hervía la olla entreteníase Pelusita con una muñequilla rota y vieja que había encontrado en la basura. Estaba la muñequilla sucia y despintada, y le faltaba una pata; pero como la pobrecita Pelusa nunca había tenido otra, parecíale preciosa, y le puso por nombre doña Amparo, porque así se llamaba la señora gorda que vivía al fin de la calle y que gastaba sombrero con plumas.
-Como yo no tengo papá ni tengo mamá -pensaba Pelusita- tendré a doña Amparo, y seré yo su mamá.
Vio venir por la calle abajo un hombre y una mujer.
Y le hizo un vestidito con unos papelillos de colores que se encontró en la calle, y una monterita de papel blanco, y la adornó con plumas que arrancó de una gallina muerta. Pues vamos a que mientras Pelusita jugaba con doña Amparo cuidando de la comida vio venir por la calle abajo un hombre y una mujer que traía un niño chico en brazos. Parecían muy pobres y venían, como de camino, muy tristes y cansados. Al llegar frente a la casa de Pelusita la mujer se sentó en el suelo con el niño, como rendida, y el hombre se apoyó en la pared, como si le faltaran las fuerzas. Diole muchísima lástima a Pelusita, porque tenía muy buen corazón, y se le saltaron las lágrimas. Entró corriendo en su vivienda y sacó dos sillas, que ofreció a los caminantes, diciéndoles con mucha caridad, que es la verdadera cortesía:
-¿Gustan ustedes de sentarse?
-¿Gustan ustedes de sentarse?
-Dios te lo pague, hija mía -respondió la mujer tomando la silla-, que venimos muy cansaditos, porque hemos andado ya dos leguas, nos falta todavía otra, y en todo el santo día de Dios hemos probado bocado.
-¿Ni el niño tampoco? -preguntó Pelusa muy afligida.
-¡Tampoco! -respondió la mujer.
-¡Ay, Jesús!... ¡Vaya por Dios! -exclamó Pelusa llorando de pena-.
Pues ahora mismo se van ustedes a comer estas sopitas, que ya han hervido, y le sabrán al niño a gloria.
Y más pronto que la vista saca una mesa chiquita y la pone ante la mujer, cubierta con un mantelito blanco. Puso luego encima un plato muy limpio, y con mucho cuidado y primor volcó en él la sopa que hervía en el pucherito. Con esto despertó el niño, y se puso a saltar muy contento sobre las rodillas de su madre, extendiendo las manos hacia las sopitas.
Mientras comían preguntó la mujer a Pelusa si vivía en aquella casa con su papá y su mamá.
-Yo nunca he tenido papá ni mamá -respondió Pelusa bajando la cabeza avergonzada.
-Pues, entonces, ¿dónde viniste a este mundo? -preguntó el hombre muy extrañado.
-Dice la vieja Paví que me encontró en un nido de ratones barriendo un día el rincón de la despensa.
El hombre y la mujer se miraron, y Pelusita continuó tristemente.
-Por eso no tengo a nadie que me quiera más que a doña Amparo, que es mi niña, y yo soy su mamá.
La muñequita se levantó como si fuera una persona viva.
Y al decir esto sacó la muñequita del bolsillo de su delantal, donde la había metido mientras ponía la mesa. No bien vio el niño la muñequita redobló sus saltos y sus gritos de contento, y empezó a extender las manitas como si quisiera cogerla. Diósela al punto Pelusa con mucho gusto, y el niño la tomó con la manita izquierda y le echó la bendición con la derecha, soltándola después sobre la mesa. Y entonces fue lo maravilloso, que le puso a Pelusita los pelos de punta; no de miedo, ni de pavor, porque el niño no podía ser más bonito ni la mujer más hermosa, y el hombre, que no era viejo, tenía una cara de buen señor que alejaba todo temor e infundía confianza. Pero, hija de mi alma, fue el caso que no bien cayó la muñequita sobre la mesa, se levantó ella sola como una persona viva, con la pata rota ya compuesta, las narices desconchadas ya puestas en su sitio, y la cara, antes sucia y despintada, limpia ya, fresca, colorada y reluciente como si acabara de salir de la tienda. El niño tocaba las palmitas muy contento, saltando siempre sobre las rodillas de su madre, y la muñequita comenzó a bailar al compás encima de la mesa, con tanta gracia y maestría como una bailarina del circo. Al mismo tiempo cantaba con una vocecita chillona que penetraba hasta los sesos esta coplita de Nochebuena; porque eran ya por entonces los días de Navidad, y los chiquillos alborotaban las calles cantando al Niño Jesús con zambombas y panderetas:
En el portal de Belén
hay un nido de ratones,
y al Patriarca José
le han roído los calzones.
Al oír la coplita la mujer miró al hombre sonriéndose, y éste se sonrió también, mirándose con disimulo los calzones como si temiese que fueran ellos los aludidos en la copla. La muñequita seguía cantando.
Yo quiero ir a Belén,
aunque me riña mi amo,
que yo quiero ver también
ese Niño soberano.
Yo le llevé unas sopitas,
y no las quiso comer:
y como estaban calentitas
se las comió San José.
San José bendito,
¿por qué te quemaste?
Viendo que eran gachas,
¿por qué no soplaste?
La mujer y el hombre volvieron a mirarse y a sonreírse, y aun dicen algunos que éste se puso colorado; porque era verdad que, con el hambre que traía el buen señor, se abalanzó con tanta prisa a la sopa del pucherito, que se quemó y se hizo pupa en la lengua.
La mujer extendió la mano sobre la muñequita, y ésta, saltando como una pulga, se metió en el bolsillo del delantal de Pelusa y allí se mantuvo muy quieta, asomando la cabecita por un descosido que el bolsillo tenía. La mujer dijo entonces a Pelusa con mucho cariño:
-Mira, Pelusita: lo que te ha dicho la vieja Paví, que te encontró en un nido de ratones, es una mentira muy gorda. Tú tienes, como todos los niños, un papá muy bonito y una mamá muy preciosa, que te quieren mucho y que andan buscándote.
Los piececillos de Pelusa comenzaron a moverse y a alborotarse como si quisieran ya echar a correr en busca de aquel papá tan bonito y de aquella mamá ...
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