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DICKENS CHARLES
Title:DAVID COPPERFIELD
Subject:ENGLISH FICTION
Charles Dickens
DAVID COPPERFIELD
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ÍNDICE
PREFACIO
PRIMERA PARTE
I. Nazco
II. Observo
III. Un cambio
IV. Caigo en desgracia
V. Me alejan del hogar
VI. Ensancho mi círculo de amistades
VII. Mi primer semestre en Salem House
VIII. Mis vacaciones, y en especial una tarde dichosa.
IX. Un cumpleaños memorable
X. Empiezan descuidándome, y luego me colocan.
XI. Empiezo a vivir por mi cuenta, y no me gusta.
XII. Cómo el vivir por mi cuenta no me gusta y tomo una gran resolución
XIII. El resultado de mi resolución
XIV. Lo que mi tía decide respecto a mí
XV. Vuelvo a empezar
XVI. Cambio en más de un sentido
XVII. Alguien que reaparece
XVIII. Mirada retrospectiva
XIX. Miro a mi alrededor y hago un descubrimiento.
XX. La casa de Steerforth
SEGUNDA PARTE.
I. La pequeña Emily
II. Lugares antiguos y gente nueva
III. Corroboro la opinión de míster Dick y me decido por una profesión
IV. Mi primer exceso
V. El ángel bueno y el ángel malo
VI. Caigo cautivo
VII. Tommy Traddles
VIII. Míster Micawber lanza su guante
IX. Veo de nuevo a Steerforth en su casa
X. Una desgracia
XI. Una pérdida mayor
XII. El principio de un viaje largo
XIII. Felicidad
XIV. Mi tía me sorprende
XV. Depresión
XVI. Entusiasmo
XVII. Un poco de agua fría
XVIII. Disolución de sociedad
XIX. Wickfield y Heep
XX. El vagabundo
TERCERA PARTE
I. Las tías de Dora
II. Una desgracia
III. Otra mirada retrospectiva
IV. Nuestra casa
V. Míster Dick cumple la profecía de mi tía
VI. Inteligencia
VII. Martha
VIII. Suceso doméstico
IX. Me veo envuelto en un misterio
X. El sueño de míster Peggotty llega a realizarse
XI. El principio de un viaje más largo
XII. Asisto a una explosión
XIII. Otra mirada retrospectiva
XIV. Las operaciones de míster Micawber
XV. La tempestad
XVI. La nueva y la antigua herida
XVII. Los emigrantes
XVIII. Ausencia
XIX. Regreso
XX. Agnes
XXI. Voy a ver a dos interesantes presidiarios
XXII. Una luz brilla en mi camino
XXIII. Un visitante
XXIV. Última mirada retrospectiva
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PREFACIO
Difícilmente podré alejarme lo bastante de este libro, todavía en las primeras emociones
de haberlo terminado, para considerarlo con la frialdad que un encabezamiento así requiere. Mi interés está en él tan reciente y tan fuerte y mis sentimientos tan divididos
entre la alegría y la pena (alegría por haber dado fin a mi tarea, pena por separarme de
tantos compañeros), que corro el riesgo de aburrir al lector, a quien ya quiero, con
confidencias personales y emociones íntimas.
Además, todo lo que pudiera decir sobre esta historia, con cualquier propósito, ya he
tratado de decirlo en ella.
Y quizá interesa poco al lector el saber la tristeza con que se abandona la pluma al
terminar una labor creadora de dos años, ni la emoción que siente el autor al enviar a ese
mundo sombrío parte de sí mismo, cuando algunas de las criaturas de su imaginación se
separan de él para siempre.
A pesar de todo, no tengo nada más que decir aquí, a menos de confesar (lo que sería
todavía menos apropiado) que estoy seguro de que a nadie, al leer esta historia, podrá
parecerle más real de lo que a mí me ha parecido al escribirla.
Por lo tanto, en lugar de mirar al pasado miraré al porvenir. No puedo cerrar estos
volúmenes de un modo más agradable para mí que lanzando una mirada llena de
esperanza hacia los tiempos en que vuelvan a publicarse mis dos hojas verdes
mensuales , y dedicando un pensamiento agradecido al sol y a la lluvia que hayan caído
sobre estas páginas de DAVID COPPERFIELD, haciéndome feliz.
Londres, octubre de 1850.
HISTORIA DE LA VIDA Y HECHOS
DE DAVID COPPERFIELD
PRIMERA PARTE
CAPÍTULO PRIMERO
NAZCO
Si soy yo el héroe de mi propia vida o si otro cualquiera me reemplazará, lo dirán estas
páginas. Para empezar mi historia desde el principio, diré que nací (según me han dicho y
yo lo creo) un viernes a las doce en punto de la noche. Y, cosa curiosa, el reloj empezó a
sonar y yo a gritar simultáneamente.
Teniendo en cuenta el día y la hora de nacimiento, la enfermera y algunas comadronas
del barrio (que tenían puesto un interés vital en mí bastantes meses antes de que pudiéramos conocernos personalmente) declararon: primero, que estaba predestinado a ser
desgraciado en esta vida, y segundo, que gozaría del privilegio de ver fantasmas y espíritus. Según ellas, estos dones eran inevitablemente otorgados a todo niño (de un sexo o de
otro) que tuviera la desgracia de nacer en viernes y a medianoche.
No hablaré ahora de la primera de las predicciones, pues esta historia demostrará si es
cierta o falsa. Respecto a la segunda, sólo haré constar que, a no ser que tuviera este don
en mi primera infancia, todavía lo estoy esperando. Y no es que me queje por haber sido
defraudado, pues si alguien está disfrutando de él por equivocación, le agradeceré que lo
conserve a su lado.
Nací envuelto en una membrana que se trató de vender, anunciándola en los periódicos,
al módico precio de quince guineas. No sé si los marineros en aquella época tendrían
poco dinero o si lo que tenían era poca fe y preferían cinturones de corcho ; lo que sí sé
es que sólo se presentó un comprador, comerciante, que ofrecía por ella dos libras en
plata y el resto en jerez, negándose a pagar ni un céntimo más por la seguridad de no
morir ahogado. Como la adquisición de los vinos no interesaba a mi pobre madre, pues
acababa de vender los suyos, desistió de la venta, después de retirar los anuncios, que
tuvo que pagar. Diez años más tarde mi membrana fue sacada a sorteo en nuestra aldea,
al precio de media corona la papeleta y con la condición de que el agraciado con ella
pagaría además cinco chelines. Yo estuve presente en el sorteo, y recuerdo que me sentía
humillado y confuso de que dispusieran así de una parte de mi persona. Le tocó a una
señora que llevaba un gran bolso de mano, del que sacó de muy mala gana los estipulados
cinco chelines, todos en medios peniques, y además dio un penique de menos, no
sirviendo de nada el tiempo que se perdió en explicaciones y demostraciones aritméticas,
pues no lograron convencerla de ello. Y es un hecho, que todos recuerdan como
sorprendente, que la señora no murió ahogada, sino triunfalmente en su lecho a los
noventa y dos años de edad.
Tengo entendido que dicha señora, mientras tomaba el té, que era su ocupación
favorita, solía vanagloriarse de no haber estado encima del agua mas que una vez en su
vida, y eso pasando un puente, y que se indignaba mucho contra los marinos y demás
personas que tienen el atrevimiento de vagabundear por esos mundos. En vano se le
demostraba que muchas cosas buenas (el té entre ellas) se disfrutaban gracias a aquellas
aficiones refutables. Ella replicaba cada vez con mayor energía y confianza en la fuerza
de su razonamiento:
-No, no; nada de vagabundear.
Para no «vagabundear» yo tampoco, volveré al punto de mi nacimiento.
Nací en Bloonderstone, en Sooffolk, o « por ahí», como dicen en Escocia, y fui un niño
póstumo. Los ojos de mi padre se cerraron a la luz de este mundo seis meses antes de que
se abrieran los míos. Aún ahora supone algo extraño para mí el hecho de que nunca me
llegara a ver; y todavía más extraño es el oscuro recuerdo que conservo de mi primer
encuentro, siendo un niño, con la piedra blanca de su tumba en el cementerio; la
indefinible compasión que sentía al recordarle allí tendido y solo en la noche oscura,
mientras nuestra salita estaba caliente a iluminada por el fuego y las velas, y las puertas
de la casa estaban cuidadosa y cruelmente (me parecía entonces) cerradas.
Una tía de mi padre y, por consiguiente, tía abuela mía, de quien hablaré más adelante,
era el magnate de nuestra familia: miss Trotwood, o miss Betsey, como mi pobre madre
la llamaba siempre cuando se atrevía a nombrar a aquel formidable personaje (lo que
ocurría muy rara vez). Mi tía se había casado con un hombre más joven que ella y muy
elegante, aunque no en el sentido del dicho «es elegante lo que el elegante hace», pues se
sospechaba que pegaba a su mujer, y hasta llegó a contarse que una vez, discutiendo a
propósito de cuestiones económicas, estuvo a punto de tirarla por la ventana de un
segundo piso. Estas pruebas evidentes de incompatibilidad de caracteres indujeron a miss
Betsey a darle dinero para que se marchara y consintiera en una separación amistosa. Él
se marchó a la India con su capital, y allí, según una leyenda de familia, se le vio
montado en un elefante y acompañado de un Baboon, aunque yo creo que más bien sería
de un Baboo o de un Begum. ...
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