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AFANASEV ALEKSANDR NIKOLAEVICH
Title:EL CORREDOR VELOZ
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Subject:OTHER LITERATURES
Aleksandr Nikoalevich Afanas'ev
El corredor veloz
En un reino muy lejano, lindando con una ciudad había un pantano muy
extenso; para entrar y salir de la ciudad había que seguir una carretera
tan larga que, yendo de prisa, se empleaba tres años en bordear el
pantano, y yendo despacio se tardaba más de cinco.
A un lado de la carretera vivía un anciano muy devoto que tenía tres
hijos. El primero se llamaba Iván; el segundo, Basiliv, y el tercero,
Simeón. El buen anciano pensó hacer un camino en línea recta a través del
pantano, construyendo algunos puentes necesarios, con objeto de que la
gente pudiese hacer todo el trayecto tardando solamente tres semanas o
tres días, según se fuese a pie o a caballo. De este modo harían todos
gran economía de tiempo.
Se puso al trabajo con sus tres hijos, y al cabo de bastante tiempo
terminó la obra; el pantano quedó atravesado por una ancha carretera en
línea recta con magníficos puentes.
De vuelta a casa, el padre dijo a su hijo mayor:
-Oye, Iván, ve, siéntate debajo del primer puente y escucha lo que
dicen de mí los transeúntes.
El hijo obedeció y se escondió debajo de uno de los arcos del primer
puente, por el que en aquel momento pasaban dos ancianos que decían:
-Al hombre que ha construido este puente y arreglado esta carretera,
Dios le concederá lo que pida.
Cuando Iván oyó esto salió de su escondite, y saludando a los
ancianos, les dijo:
-Este puente lo he construido yo, ayudado por mi padre y mis
hermanos.
-¿Y qué pides tú a Dios? -preguntaron los ancianos.
-Pido tener mucho dinero durante toda mi vida.
-Está bien. En medio de aquella pradera hay un roble muy viejo:
excava debajo de sus raíces y encontrarás una gran cueva llena de oro,
plata y piedras preciosas. Toma tu pala, excava y que Dios te dé tanto
dinero que no te falte nunca hasta que te mueras.
Iván se fue a la pradera, excavó debajo del roble y encontró una
caverna llena de una inmensidad de riquezas en oro, plata y piedras
preciosas, que se llevó a su casa.
Al llegar allí, su padre le preguntó:
-¿Y qué, hijo mío, qué es lo que has oído hablar de mí a la gente?
Iván le contó todo lo que había oído hablar a los dos ancianos y cómo
éstos le habían colmado de riquezas para toda su vida.
Al día siguiente el padre envió a su segundo hijo. Basiliv se sentó
debajo del puente y se puso a escuchar lo que la gente decía. Pasaban por
el puente dos viejos, y cuando estuvieron cerca de donde Basiliv se
hallaba escondido, éste les oyó hablar así:
-Al que construyó este puente, todo lo que pida a Dios le será
concedido.
Salió en seguida Basiliv de su escondite, y saludando a los dos
ancianos, les dijo:
-Abuelitos, este puente lo he construido yo con ayuda de mi padre y
de mis hermanos.
-¿Y qué es lo que tú desearías? -le preguntaron.
-Que Dios me diese, para toda mi vida, mucho grano.
-Pues vete a casa, siega trigo, siémbralo y verás cómo Dios te dará
trigo para toda tu vida.
Basiliv llegó a casa, contó al padre lo que le habían dicho, segó
trigo y luego sembró la semilla. En seguida creció tantísimo trigo que no
sabía dónde guardarlo.
Al tercer día el viejo envió a su tercer hijo. Simeón se escondió
debajo del puente, y al cabo de un rato oyó pasar a los dos ancianos, que
decían:
-Al que hizo este puente y esta carretera, de seguro que Dios le dará
todo lo que le pida.
Al oír Simeón estas palabras salió de su escondite y se presentó a
los dos hombres, diciéndoles:
-Yo he construido este puente y esta carretera con la ayuda de mi
padre y de mis hermanos.
-¿Y qué es lo que pides a Dios?
-Que el zar me acepte como soldado de su escolta.
-Pero muchacho, ¿no sabes que esa profesión de soldado es difícil y
pesada? ¡Cuántas lágrimas vas a verter! Pídele a Dios cualquier otra cosa
más agradable para ti.
Pero el joven insistió en su propósito, diciéndoles:
-Ustedes son viejos y, sin embargo, lloran; ¿qué tiene de particular
que llore yo, que soy más joven? El que no llore en este mundo llorará en
el otro.
-Ya que te empeñas, sea; nosotros te bendeciremos.
Y diciendo esto pusieron las manos sobre su cabeza, y al instante el
joven se convirtió en un ciervo que corría con gran velocidad. Corrió a su
casa, y su padre y hermanos, apenas lo vieron, quisieron cazarlo; pero él
escapó y volvió junto a los ancianos, quienes lo transformaron en una
liebre. Volvió por segunda vez a su casa, y cuando allí se dieron cuenta
de que había entrado una liebre, se echaron sobre ella para cogerla; pero
se escapó y se volvió a acercar a los dos viejos, los cuales, por tercera
vez, lo transformaron en un pajarito dorado que volaba con gran rapidez.
Voló a casa de su familia, y entrando por la ventana, se puso a piar y
saltar en el alféizar. Los hermanos procuraron cogerlo; pero él, con gran
ligereza, escapó al campo. Esta vez, cuando el pajarito dorado se arrimó a
los dos viejos, se transformó en el joven de antes y éstos le dijeron:
-Ahora, Simeón, vete a alistarte en el ejército del zar. Si tuvieses
que ir a algún sitio con gran rapidez, podrás transformarte en ciervo, en
liebre o en pájaro, tal como nosotros te hemos enseñado.
Simeón volvió a casa y pidió al padre que le dejase ir a servir al
zar como soldado.
-¿Por qué quieres ir a servir al zar, cuando todavía eres joven y aún
no tienes experiencia de la vida?
-No, padre; déjame ir, porque es la voluntad de Dios.
El padre le dio permiso y Simeón preparó todas sus cosas, se despidió
de su familia y tomó la carretera que iba a la capital. Caminó muchos
días, y al fin llegó; entró en el palacio y se presentó al mismo zar. Se
inclinó delante de él y le dijo:
-Mi zar y señor, no te ofendas por mi osadía: quiero servir en tu
ejército.
-¡Pero muchacho! ¡Tú eres demasiado joven todavía!
-Puede que sea demasiado joven e inexperto; pero creo que podré
servirte igual que los demás, y así lo prometo a Dios.
El zar consintió y lo nombró soldado de su escolta personal.
Pasado algún tiempo, un rey enemigo emprendió una guerra sangrienta
contra el zar. Éste empezó a preparar su ejército y quiso dirigirlo en
persona. Simeón pidió al zar que le dejase ir también a él para
acompañarle; el zar consintió, y todo el ejército se puso en camino en
busca del enemigo.
Caminaron muchos días y atravesaron muchas tierras, hasta que al fin
llegaron a enfrentarse con el enemigo. La batalla había de tener lugar
dentro de tres días.
El zar pidió que le preparasen sus armas de combate; pero, con la
prisa con que se marcharon de la capital, habían dejado olvidados en
palacio la espada y el escudo. ¡El zar sin sus armas no quería entrar en
batalla para batir al enemigo!...
Hizo leer un bando disponiendo que si había alguien que se
considerase capaz de ir y volver a palacio en tres días y traerle la
espada y el escudo, que se presentase. Al que consiguiese traerle sus
armas, el zar ofrecía darle en recompensa por esposa a su hija María, la
cual llevaría como dote la mitad del Imperio, y además sería declarado
heredero del trono.
Se presentaron varios voluntarios; uno de ellos decía que él podría
ir y volver en tres años, otro que en dos años, y un tercero que en uno.
Entonces Simeón se presentó al zar y le dijo:
-Majestad, yo puedo ir a palacio y traerte tu espada y tu escudo en
tres días.
El zar se puso contentísimo, lo abrazó dos veces y escribió en
seguida una carta a su hija, en la que disponía que entregase a su soldado
Simeón la espada y el escudo que había dejado olvidados en palacio.
Simeón cogió el mensaje del zar y se marchó. Cuando estuvo a una
legua del campamento se transformó en ciervo y se puso a correr con la
rapidez de una flecha. Corrió, corrió y cuando se cansó se transformó en
liebre; continuó así con la misma rapidez, y cuando las patas empezaron a
cansarse se transformó en un pajarito dorado y voló con más rapidez que
antes. Un día y medio después llegaba a palacio, donde la zarevna María se
había quedado. Se transformó entonces en hombre, entró en palacio y
entregó a la zarevna el mensaje del zar. Ésta lo tomó, y después de leerlo
preguntó al joven:
-¿De qué modo has podido pasar por tantas tierras en tan poco tiempo?
-Pues así -respondió ...
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