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AFANASEV ALEKSANDR NIKOLAEVICH
Title:EL HOMBRE BUENO Y EL HOMBRE MALO
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Subject:OTHER LITERATURES
Speaker:Leonelli Marcela
Aleksandr Nikoalevich Afanas'ev
El hombre bueno y el hombre malo
Una vez hablaban entre sí dos campesinos pobres; uno de ellos vivía a
fuerza de mentiras, y cuando se le presentaba la ocasión de robar algo no
la desperdiciaba nunca; en cambio, el otro, temeroso de Dios y de estrecha
conciencia, se esforzaba por vivir con el modesto fruto de su honrado
trabajo. En su conversación, empezaron a discutir; el primero quería
convencer al otro de que se vive mucho mejor atendiendo sólo a la propia
conveniencia, sin pararse en delito más o menos; pero el otro le refutaba,
diciendo:
-De ese modo no se puede vivir siempre; tarde o temprano llega el
castigo. Es mejor vivir honradamente aunque se padezca miseria.
Discutieron mucho, pues ninguno de los dos quería ceder en su
opinión, y al fin decidieron ir por el camino real y preguntar su parecer
a los que pasasen.
Iban andando cuando encontraron a un labrador que estaba labrando el
campo; se acercaron a él y le dijeron:
-Dios te ayude, amigo. Dinos tu opinión acerca de una discusión que
tenemos. ¿Cómo crees que hay que vivir, honradamente o inicuamente?
-Es imposible vivir honradamente -les contestó el campesino-; es más
fácil vivir inicuamente. El hombre honrado no tiene camisa que ponerse,
mientras que la iniquidad lleva botas de montar. Ya veis: nosotros los
campesinos tenemos que trabajar todos los días para nuestro señor, y en
cambio no tenemos tiempo para trabajar para nosotros mismos. Algunas veces
tenemos que fingirnos enfermos para poder ir al bosque a coger la leña que
nos hace falta, y aun esto hay que hacerlo de noche porque es cosa
prohibida.
-Ya ves -dijo el Hombre Malo al Bueno-: mi opinión es la verdadera.
Continuaron el camino, anduvieron un rato y encontraron a un
comerciante que iba en su trineo.
-Párate un momento y permítenos una pregunta: ¿Cómo es mejor vivir,
honradamente o inicuamente?
-¡Oh amigos! Es difícil vivir honradamente; a nosotros los
comerciantes nos engañan, y por ello tenemos que engañar también a los
demás.
-¿Has oído? Por segunda vez me dan la razón -dijo el Hombre Malo al
Bueno.
Al poco rato encontraron a un señor que iba sentado en su coche.
-Detente un minuto, señor. Danos tu opinión sobre nuestra disputa.
¿Cómo se debe vivir, honradamente o inicuamente?
-¡Vaya una pregunta! Claro está que inicuamente. ¿Dónde está la
justicia? Al que pide justicia le dicen que es un picapleitos y lo
destierran a Siberia.
-Ya ves -dijo el Hombre Malo al Bueno-: todos me dan la razón.
-No me convencéis -contestó el Bueno-; hay que vivir como Dios manda;
suceda lo que suceda no cambiaré de conducta.
Se fueron ambos en busca de trabajo, y durante mucho tiempo
anduvieron juntos. El Malo sabía halagar a la gente y se las arreglaba muy
bien; en todas partes le daban de comer y de beber sin cobrarle nada y
hasta le proveían de pan en tal abundancia que siempre llevaba consigo una
buena reserva. El Bueno, no poseyendo la habilidad de su compañero, era
muy desgraciado, y sólo a fuerza de trabajar mucho conseguía un poco de
agua y un pedazo de pan; pero estaba siempre contento a pesar de que su
compañero no dejaba de burlarse de su inocencia.
Un día, mientras caminaban por la carretera, el Bueno sintió gran
hambre y dijo a su compañero:
-Dame un pedacito de pan.
-¿Qué me darás por él? -le preguntó el Malo.
-Pídeme lo que quieras.
-Bueno, te quitaré un ojo.
Y como el Bueno tenía mucha hambre, consintió; el Malo le quitó un
ojo y le dio un pedacito de pan. Siguieron andando, y al cabo de un buen
rato el Bueno tuvo otra vez hambre y pidió al Malo que le diese otro poco
de pan; pero éste le dijo:
-Déjame sacarte el otro ojo.
-¡Oh amigo, ten compasión de mí! ¿Qué haré si me quedo ciego?
-¿Qué te importa? A ti te basta con ser bueno, mientras que yo vivo
inicuamente.
¿Qué hacer? Era imposible resistir un hambre tan grande, y al fin el
Bueno dijo:
-Quítame el otro ojo si no tomes la ira de Dios.
El Malo le vació el otro ojo, le dio un pedacito de pan y luego lo
dejó en medio del camino, diciéndole:
-¿Crees que te voy a llevar siempre conmigo? ¡No era mala carga la
que me echaba encima! ¡Adiós!
El ciego comió el pan y empezó a andar a tientas pensando en llegar a
un pueblo cualquiera donde le socorriesen. Anduvo, anduvo hasta que perdió
el camino, y no sabiendo qué hacer empezó a rezar:
-¡Señor, no me abandones! Ten piedad de mí, que soy alma pecadora!
Rezó con mucho fervor, y de pronto oyó una voz misteriosa que le
decía:
-Camina hacia tu derecha y llegarás a un bosque en el que hay una
fuente, a la que te guiará el oído porque es muy ruidosa. Lávate los ojos
con el agua de esa fuente y Dios te devolverá la vista. Entonces verás
allí un roble enorme; súbete a él y aguarda la llegada de la noche.
El ciego torció a su derecha, llegó con gran dificultad al bosque,
sus pies encontraron una vereda y siguió por ella, guiado por el rumor del
agua, hasta llegar a la fuente. Cogió un poco de agua, y apenas se mojó
las cuencas vacías de sus ojos recobró la vista. Miró alrededor suyo y vio
un roble enorme, al pie del cual no crecía la hierba y la tierra estaba
pisoteada; se subió por el roble hasta llegar a la cima, y escondiéndose
entre las ramas se puso a aguardar que fuese de noche.
Cuando ya la noche era obscura vinieron volando los espíritus del
mal, y sentándose al pie del roble empezaron a vanagloriarse de sus
hazañas, contando dónde habían estado y en qué habían empleado el tiempo.
Uno de los diablos dijo:
-He estado en el palacio de la hermosa zarevna. Hace ya diez años que
estoy atormentándola; todos han intentado echarme del palacio, pero no
logran realizarlo. Sólo me podrá echar de allí el que consiga una imagen
de la Virgen Santísima que posee un rico comerciante.
Al amanecer, cuando los diablos se fueron volando por todas partes,
el Hombre Bueno bajó del árbol y se fue a buscar al rico comerciante que
tenía la imagen. Después de buscarlo bastante tiempo, lo encontró y le
pidió trabajo, diciéndole:
-Trabajaré en tu casa un año entero sin que me des ningún jornal;
pero al cabo del año dame la imagen que posees de la Santísima Virgen.
El comerciante aceptó el trato y el Hombre Bueno empezó a trabajar
como jornalero, esforzándose en hacerlo todo lo mejor posible, sin
descansar ni de día ni de noche, y al acabar el año pidió al comerciante
que le pagase su cuenta; pero éste le dijo:
-Estoy contentísimo con tu trabajo, pero me da lástima darte la
imagen; prefiero pagarte en dinero.
-No -contestó el campesino-. No necesito tu dinero; págame según
convinimos.
-De ningún modo -exclamó el comerciante-; trabaja en mi casa un año
más y entonces te daré la imagen.
No había más remedio que aceptar tal decisión, y el Hombre Bueno se
quedó en casa del comerciante trabajando otro año. Al fin llegó el día de
pagarle la cuenta; pero por segunda vez se negó el comerciante a darle la
imagen.
-Prefiero recompensarte con dinero -le dijo-, y si insistes en
recibir la imagen, quédate como jornalero un año más.
Como es difícil tener razón cuando se discute con un hombre rico y
poderoso, el campesino tuvo que aceptar las condiciones propuestas; se
quedó en casa del comerciante un año más, trabajando como jornalero con
más celo aún que los anteriores. Acabado el tercer año, el comerciante
tomó la imagen y se la entregó al campesino, diciéndole así:
-Tómala, hombre honrado, tómala, que bien ganada la tienes con tu
trabajo. Vete con Dios.
El campesino cogió la imagen de la Santísima Virgen, se despidió del
comerciante y se dirigió a la capital del reino, donde el espíritu del mal
atormentaba a la hermosa zarevna. Anduvo largo tiempo, y por fin llegó y
empezó a decir a los vecinos:
-Yo puedo curar a vuestra zarevna.
Inmediatamente lo llevaron al palacio del zar y le presentaron a la
joven y enferma zarevna.
Una vez allí, pidió una fuente llena de agua clara y sumergió en ella
por tres veces la imagen de la Santísima Virgen, entregó el agua a la
zarevna y le ordenó que se lavase con ella. Apenas la enferma se puso a
lavarse con el agua bendita, expulsó por la boca el espíritu del mal en
forma de una burbuja; la enfermedad desapareció y la hermosa joven se puso
sana, alegre y contenta.
El zar y la zarina se pusieron contentísimos, y en su júbilo no
sabían con qué recompensar al médico: le proponían joyas, rentas y títulos
nobiliarios, pero el Hombre ...
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