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AFANASEV ALEKSANDR NIKOLAEVICH
Title:BASILISA LA HERMOSA
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Subject:OTHER LITERATURES
Speaker:Leonelli Marcela
Aleksandr Nikoalevich Afanas'ev
Basilisa la Hermosa
En un reino vivía una vez un comerciante con su mujer y su única
hija, llamada Basilisa la Hermosa. Al cumplir la niña los ocho años se
puso enferma su madre, y presintiendo su próxima muerte llamó a Basilisa,
le dio una muñeca y le dijo:
-Escúchame, hijita mía, y acuérdate bien de mis últimas palabras. Yo
me muero y con mi bendición te dejo esta muñeca; guárdala siempre con
cuidado, sin mostrarla a nadie, y cuando te suceda alguna desdicha, pídele
consejo.
Después de haber dicho estas palabras, la madre besó a su hija,
suspiró y se murió.
El comerciante, al quedarse viudo, se entristeció mucho; pero pasó
tiempo, se fue consolando y decidió volver a casarse. Era un hombre bueno
y muchas mujeres lo deseaban por marido; pero entro todas eligió una viuda
que tenía dos hijas de la edad de Basilisa y que en toda la comarca tenía
fama de ser buena madre y ama de casa ejemplar.
El comerciante se casó con ella, pero pronto comprendió que se había
equivocado, pues no encontró la buena madre que para su hija deseaba.
Basilisa era la joven más hermosa de la aldea; la madrastra y sus hijas,
envidiosas de su belleza, la mortificaban continuamente y le imponían toda
clase de trabajos para ajar su hermosura a fuerza de cansancio y para que
el aire y el sol quemaran su cutis delicado. Basilisa soportaba todo con
resignación y cada día crecía su hermosura, mientras que las hijas de la
madrastra, a pesar de estar siempre ociosas, se afeaban por la envidia que
tenían a su hermana. La causa de esto no era ni más ni menos que la buena
Muñeca, sin la ayuda de la cual Basilisa nunca hubiera podido cumplir con
todas sus obligaciones. La Muñeca la consolaba en sus desdichas, dándole
buenos consejos y trabajando con ella.
Así pasaron algunos años y las muchachas llegaron a la edad de
casarse. Todos los jóvenes de la ciudad solicitaban casarse con Basilisa,
sin hacer caso alguno de las hijas de la madrastra. Ésta, cada vez más
enfadada, contestaba a todos:
-No casaré a la menor antes de que se casen las mayores.
Y después de haber despedido a los pretendientes, se vengaba de la
pobre Basilisa con golpes e injurias.
Un día el comerciante tuvo necesidad de hacer un viaje y se marchó.
Entretanto, la madrastra se mudó a una casa que se hallaba cerca de un
espeso bosque en el que, según decía la gente, aunque nadie lo había
visto, vivía la terrible bruja Baba-Yaga; nadie osaba acercarse a aquellos
lugares, porque Baba-Yaga se comía a los hombres como si fueran pollos.
Después de instaladas en el nuevo alojamiento, la madrastra, con
diferentes pretextos, enviaba a Basilisa al bosque con frecuencia; pero a
pesar de todas sus astucias la joven volvía siempre a casa, guiada por la
Muñeca, que no permitía que Basilisa se acercase a la cabaña de la temible
bruja.
Llegó el otoño, y un día la madrastra dio a cada una de las tres
muchachas una labor: a una le ordenó que hiciese encaje; a otra, que
hiciese medias, y a Basilisa le mandó hilar, obligándolas a presentarle
cada día una cierta cantidad de trabajo hecho. Apagó todas las luces de la
casa, excepto una vela que dejó encendida en la habitación donde
trabajaban sus hijas, y se acostó. Poco a poco, mientras las muchachas
estaban trabajando, se formó en la vela un pabilo, y una de las hijas de
la madrastra, con el pretexto de cortarlo, apagó la luz con las tijeras.
-¿Qué haremos ahora? -dijeron las jóvenes-. No había más luz que ésta
en toda la casa y nuestras labores no están aún terminadas. ¡Habrá que ir
en busca de luz a la cabaña de Baba-Yaga!
-Yo tengo luz de mis alfileres -dijo la que hacía el encaje-. No iré
yo.
-Tampoco iré yo -añadió la que hacía las medias-. Tengo luz de mis
agujas.
-¡Tienes que ir tú en busca de luz! -exclamaron ambas-. ¡Anda! ¡Ve a
casa de Baba-Yaga!
Y al decir esto echaron a Basilisa de la habitación. Basilisa se
dirigió sin luz a su cuarto, puso la cena delante de la Muñeca y le dijo:
-Come, Muñeca mía, y escucha mi desdicha. Me mandan a buscar luz a la
cabaña de Baba-Yaga y ésta me comerá. ¡Pobre de mí!
-No tengas miedo -le contestó la Muñeca-; ve donde te manden, pero no
te olvides de llevarme contigo; ya sabes que no te abandonaré en ninguna
ocasión.
Basilisa se metió la Muñeca en el bolsillo, se persignó y se fue al
bosque. La pobrecita iba temblando, cuando de repente pasó rápidamente por
delante de ella un jinete blanco como la nieve, vestido de blanco, montado
en un caballo blanco y con un arnés blanco; en seguida empezó a amanecer.
Siguió su camino y vio pasar otro jinete rojo, vestido de rojo y montado
en un corcel rojo, y en seguida empezó a levantarse el sol. Durante todo
el día y toda la noche anduvo Basilisa, y sólo al atardecer del día
siguiente llegó al claro donde se hallaba la cabaña de Baba-Yaga; la cerca
que la rodeaba estaba hecha de huesos humanos rematados por calaveras; las
puertas eran piernas humanas; los cerrojos, manos, y la cerradura, una
boca con dientes. Basilisa se llenó de espanto. De pronto apareció un
jinete todo negro, vestido de negro y montando un caballo negro, que al
aproximarse a las puertas de la cabaña de Baba-Yaga desapareció como si se
lo hubiese tragado la tierra; en seguida se hizo de noche. No duró mucho
la obscuridad: de las cuencas de los ojos de todas las calaveras salió una
luz que alumbró el claro del bosque como si fuese de día. Basilisa
temblaba de miedo y no sabiendo dónde esconderse, permanecía quieta.
De pronto se oyó un tremendo alboroto: los árboles crujían, las hojas
secas estallaban y la espantosa bruja Baba-Yaga apareció saliendo del
bosque, sentada en su mortero, arreando con el mazo y barriendo sus
huellas con la escoba. Acercose a la puerta, se paró, y husmeando el aire,
gritó:
-¡Huele a carne humana! ¿Quién está ahí?
Basilisa se acercó a la vieja, la saludó con mucho respeto y le dijo:
-Soy yo, abuelita; las hijas de mi madrastra me han mandado que venga
a pedirte luz.
-Bueno -contestó la bruja-, las conozco bien; quédate en mi casa y si
me sirves a mi gusto te daré la luz.
Luego, dirigiéndose a las puertas, exclamó:
-¡Ea!, mis fuertes cerrojos, ¡abríos! ¡Ea!, mis anchas puertas,
¡dejadme pasar!
Las puertas se abrieron; Baba-Yaga entró silbando, acompañada de
Basilisa, y las puertas se volvieron a cerrar solas. Una vez dentro de la
cabaña, la bruja se echó en un banco y dijo:
-¡Quiero cenar! ¡Sirve toda la comida que está en el horno!
Basilisa encendió una tea acercándola a una calavera, y se puso a
sacar la comida del horno y a servírsela a Baba-Yaga; la comida era tan
abundante que habría podido satisfacer el hambre de diez hombres; después
trajo de la bodega vinos, cerveza, aguardiente y otras bebidas. Todo se lo
comió y se lo bebió la bruja, y a Basilisa le dejó tan sólo un poquitín de
sopa de coles y una cortecita de pan.
Se preparó para acostarse y dijo a la nueva doncella:
-Mañana tempranito, después que me marche, tienes que barrer el
patio, limpiar la cabaña, preparar la comida y lavar la ropa; luego
tomarás del granero un celemín de trigo y lo expurgarás del maíz que tiene
mezclado. Procura hacerlo todo, porque si no te comeré a ti.
Después de esto, Baba-Yaga se puso a roncar, mientras que Basilisa,
poniendo ante la Muñeca las sobras de la comida y vertiendo amargas
lágrimas, dijo:
-Toma, Muñeca mía, come y escúchame. ¡Qué desgraciada soy! La bruja
me ha encargado que haga un trabajo para el que harían falta cuatro
personas y me amenazó con comerme si no lo hago todo.
La Muñeca contestó:
-No temas nada, Basilisa; come, y después de rezar, acuéstate; mañana
arreglaremos todo.
Al día siguiente despertose Basilisa muy tempranito, miró por la
ventana y vio que se apagaban ya los ojos de las calaveras. Vio pasar y
desaparecer al jinete blanco, y en seguida amaneció. Baba-Yaga salió al
patio, silbó, y ante ella apareció el mortero con el mazo y la escoba.
Pasó a todo galope el jinete rojo, e inmediatamente salió el sol. La bruja
se sentó en el mortero y salió del patio arreando con el mazo y barriendo
con la escoba.
Basilisa se quedó sola, recorrió la cabaña, se admiró al ver las
riquezas que allí había y se quedó indecisa sin saber por cuál trabajo
empezar. Miró a su alrededor y vio que de pronto todo el trabajo aparecía
hecho; la Muñeca estaba separando los últimos ...
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