ANÓNIMO

Title:NARRACIONES DE SUCESOS REALES
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NARRACIONES DE SUCESOS REALES


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índice:

- La ciudad de Esteco
- Centinela valiente
- A través del Chaco
- Muerte del Chacho


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LA CIUDAD DE ESTECO
La gran ciudad era maravillosa. Las cúpulas de sus edificios parecían tocar el cielo y sus muros, revestidos de oro, le daban un aspecto resplandeciente.
estaba rodeada por un bello paisaje de cerros azules y de lozana vegetación. Los dilatados campos de cultivo y las praderas llenas de ganado le aseguraban una vida de abundancia.
Sus habitantes usaban un lujo desmedido y en todo revelaban ostentación y derroche; hasta las herraduras de los caballos eran de plata. La soberbia que los caracterizaba llegaba al extremo de que, si se les caía el sombrero, un objeto cualquiera y aún dinero, no se inclinaban siquiera para mirarlos, mucho menos para recogerlos.
Sólo vivían para la vanidad, la holganza y el placer. Fueron perdiendo poco a poco la piedad , la fe, el respeto y la dignidad. Eran, además, mezquinos e insolentes con los pobres, y despiadados con los esclavos.
Un viejo sacerdote les predijo desde el púlpito que, si no volvían a sus antiguas costumbres y la vida sencilla y pura, la ciudad sería destruída por un terremoto. Todo el mundo hizo burla de la predicción, y la palabra terremoto se mezcló a los chistes más atrevidos e insolentes. La vida de la ciudad siguió siendo cada vez más vana y licenciosa.
Un día, un trueno ensordecedor anunció el terremoto. Tembló la tierra. Se abrieron grandes grietas que tragaron las casas y las gentes, y lenguas de fuego quemaron cuanto podía sobrevivir.
Ni las ruinas quedaron de la opulenta ciudad de Esteco. Un campo árido y desolado la reemplaza (1).

(1) Nos atenemos a las versiones enviadas por los maestros: Sra. Clara Corte de Cazón y Sres. Héctor Ugarte, Alfredo T. Leiva y Salvador Estopiña, de Jujuy; Srtas. Lya Halmer y Pastora Lobo, de Salta; Sra. Adolfina M. de Burela.
La primitiva ciudad de Esteco estuvo situada en la margen izquierda del río Pasaje, a ocho leguas al sur de El Quebrachal, en el Departamento de Anta, Salta.
Cuando Alonso de Ribera en 1609 fundó la ciudad de Talabera de Madrid, los antiguos pobladores de Esteco -que en parte vivían en la población próxima que la reemplazó, Nueva Madrid de las Juntas-, vinieron a ella, y comenzaron a llamarla Esteco el Nuevo, nombre que se impuso sobre el oficial. Pronto se enriqueció, por ser un importante centro de comercio. A ésta se refiere la leyenda (ver nota de Juan Alfonso Carrizo, en su "Cancionero de Salta"). Según el Padre Lozano su evangelización fué encargada al famoso Padre Alonso de Bárzana.
El Padre Techo dice que fué destruída por un gran terremoto en 1962.
La leyenda popular mantiene vivo, después de casi cuatro siglos el recuerdo de su existencia.

CENTINELA VALIENTE
El sargento Tránsito Gauna pertenecía al Regimiento 4 destacado en el Fortín de las Pulgas.
Criollo de pura cepa, era famoso por la penetración de su mirada a la agudeza de su oído, dones que le permitían identificar, en el eco lejano, la proximidad de la indiada en malón o el paso de los animales en fuga.
Estaba de guardia una tarde, a tres leguas del Fortín, cuando oyó el tropel de la invasión indígena que se aproximaba.
Montó en su caballo pampa, que siempre tenía cerca, y a toda rienda se dirigió hacia unos chañarales que se veían a lo lejos. Allí, con un gajo de algarrobo, hizo una lanza; en seguida tiró su sombrero y se ató la cabeza con una vincha; y así, ayudado por su color cobrizo y su cabello lacio y recortado, quedó convertido en un verdadero indio. Cuando el malón llegó, Gauna, protegido por las primeras sombras de la noche, salió del bosquecillo, se confundió con la indiada y galopó hacia el Fortín.
Los indios venían capitaneados por los caciques Mariano Rosas y Baigorria, y por los famosos bandidos Melchor Costa y Juan Gregorio Puebla. Cuando llegaron a las orillas del Río V, el sargento fué conteniendo el andar de su caballo, para dar la impresión de que el animal, ya cansado, no podía seguir la marcha. Desmontó luego favorecido por la obscuridad y, ocultándose entre los cortaderales, consiguió entrar en la población, y comunicar al jefe de su regimiento que el bajo del río se encontraba ocupado por una indiada numerosísima.
El jefe mandó tocar "generala", y el pueblo, que acudió en masa, se unió a los soldados para construir trincheras. Al oír el toque de las cornetas, los indios comprendieron que habían sido vistos y que no podrían tomar el fortín por sorpresa. En la actualidad aquel fortín lleva el nombre de Villa Mercedes, y es la ciudad más progresista de la provincia de San Luis.

A TRAVES DEL CHACO

Después de la muerte del General Lavalle, los soldados correntinos que aún le acompañaban decidieron regresar a su terruño, cruzando el Chaco, despoblado y peligroso.
Vencidos y pobres, contando solo con sus flacos caballos, se pusieron en marcha a través de los bosques imponentes, llevando unos indios tobas como baquianos y a don Eugenio Ramírez, como oficial de vanguardia.
A medida que el grupo se internaba en el corazón de la selva, los víveres se hacían más escasos; y algunos soldados se vieron en el trance de matar sus caballos, para aplacar el hambre lo cual significaba quedarse a pie.
Habrían realizado apenas la mitad de su camino, y casi todos los soldados iban ya sin cabalgadura. Acosados por las fieras y más aún por el hambre, devoraban el cuero de los caballos sacrificados, y sólo la desesperación les acompañaba en la selva enorme. En pleno bosque encontraron un grupo de indios tobas, y les preguntaron cuándo llegarían a la costa del río, frente a Corrientes. Los indios contestaron: "mañana, mañana, mañana, mañana", lo cual significaba que alcanzarían la ansiada orilla cuatro días después.
Reanimados con estas noticias siguieron la marcha y llegaron el día señalado, al paraje denominado San Fernando.
Con los harapos que aún los cubrían, hicieron unas banderas que colocaron en las copas más altas de los árboles de aquél solitario lugar. Un barco vió la señal, pero confundiéndolos con los indios, no se acercó a los míseros soldados y regresó a Corrientes con la novedad "de que una indiada estaba en la orilla opuesta, lista para asaltar el pueblo".
El gobernador Pedro Ferré, sospechando que se tratara, no de un malón sino de los soldados correntinos de Lavalle, envió una comisión con víveres, ropas y medicinas, la cual encontró y auxilió a los esforzados militares unitarios.

MUERTE DEL CHACHO

Después de su última derrota en la provincia de San Juan, regresa a La Rioja el General Angel Vicente Peñaloza.
Había licenciado a sus soldados y sólo le acompañaban su esposa Victoria, y unos pocos de sus gauchos más leales, que rehusaban abandonarle.
En Loma Blanca (cerca de Olta, General Belgrano), se alojó en la casa de Anastasio Luna, con el evidente propósito de deponer las armas, dando fin a sus guerrillas de montonero.
Una tarde, llegó hasta su retiro una viejecita que había venido a pie, desde Chimenea para hablarle.
-Mi general,- dijo cuando estuvo en presencia del Chacho; -mañana llegarán Ricardo Vera y el coronel Irrazábal, comisionado del gobierno; traen orden de reducirlo a prisión, pero vienen a matarlo. Huya, sálvese, que los pobres lo necesitan.
El caudillo no creyó tal aviso, porque Vera era su oficial de confianza. Creyó más bien, que su informante le llevaba la noticia, esperando ganar una recompensa, y ordenó a su mujer que le diera dos pesos. La anciana rechazó el dinero y con lágrimas en los ojos, afirmaba la verdad de sus palabras, sosteniendo que sólo por salvarle había realizado a pie tan largo y penoso viaje.
El Chacho, incrédulo, valiente y enfermo, no pensó en huir, y allí lo venció, indefenso y desarmado, la traición.
Al día siguiente, en medio de una lluvia torrencial, bajaban la cuesta de Olta, Irrazábal y Vera, al frente de una partida de hombres armados.
Fácil les fué apoderarse de las autoridades de la Villa. Después, a galope tendido, se dirigieron a Loma Blanca y rodearon la casa de Chacho.
Peñaloza, informado de la llegada de Vera, se sintió tranquilo y no salió a recibirlo por estar en cama.
La partida "armada hasta los dientes" entró en el corredor y adelantándose Irrazábal, preguntó a Vera dónde estaba el Chacho.
-¡Éste es!,- contestó el traidor, indicando a su antiguo jefe.
-¿Éste?,- comprobó el coronel, y ante una señal suya, varios hombres penetraron en el rancho, y asesinaron con sus lanzas, en el lecho, al bravo riojano.
Victoria, su valiente esposa, se arrojó sobre él como una leona, para defenderle, siendo también herida. Rojo sangre quedó el viejo catre de algarrobo en el rancho humilde.
La bárbara noticia y el espectáculo horrendo de la cabeza del Chacho exhibida en una rústica pica en la plaza de Olta, llenaron de dolor a La Rioja entera.
La viuda del ...