AFANASEV ALEKSANDR NIKOLAEVICH

Title:EL GIGANTE VERLIOKA
This text will be replaced
Subject:OTHER LITERATURES Scarica il testo


Aleksandr Nikolaevich Afanas'ev


El gigante Verlioka




En tiempos remotos vivían en una cabaña un anciano con su mujer y dos
nietas huérfanas, y tan preciosas y dóciles, que sus abuelos estaban
constantemente alabándolas.

Un día el anciano sembró en su huerto guisantes. Los guisantes
crecieron y se cubrieron de flores; el anciano contemplaba su huerto con
gran satisfacción, pensando para sus adentros:

«Durante todo el invierno próximo podré comer pasteles con
guisantes.»

Pero, para desgracia del anciano, los gorriones invadieron el huerto
y empezaron a picotear los guisantes. Viendo en peligro su cosecha, mandó
a su nieta menor que espantase los gorriones, y ésta, provista de una rama
seca, se sentó en el huerto al lado de los guisantes y empezó a amenazar a
los pájaros malhechores, gritándoles:

-¡Fuera, fuera, gorriones! ¡No os comáis los guisantes de mi
abuelito!

De pronto se oyó un espantoso ruido por el lado del bosque y apareció
el gigante Verlioka. Era de un aspecto terrible: tenía un solo ojo, la
nariz como un garfio, la barba como un haz de paja, el bigote de una vara
de largo y la cabeza cubierta con púas de puerco espín; andaba apoyándose
en un enorme cayado y sonreía con una sonrisa espantosa.

Cuando se encontraba con algún ser humano lo estrechaba entre sus
robustos brazos hasta que le hacía crujir los huesos y lo mataba. No tenía
piedad ni de viejos ni de jóvenes, y lo mismo acometía a los cobardes que
a los valientes. Apenas Verlioka divisó a la nieta del anciano, la mató
con su cayado.

El abuelo esperó un rato a la niña, y al ver que no volvía, envió a
buscarla a su nieta mayor; pero Verlioka la mató también.

El anciano, cansado de esperarlas, perdió la paciencia y dijo a su
mujer:

-¿Por qué tardan tanto en volver las niñas? Se habrán entretenido
charlando con los mozos; mientras tanto los gorriones devorarán mis
guisantes. Ve y llámalas a casa.

La anciana bajó de su lecho, sobre la estufa, cogió un bastón, salió
al patio y se encaminó al huerto, donde se encontró a sus nietas sin vida;
al percibir a Verlioka comprendió que aquella desgracia era obra del
gigante, y, llena de dolor y de ira, se abalanzó a él y se agarró a sus
barbas, con lo que Verlioka la mató con mucha más facilidad.

En tanto, el anciano, lleno de impaciencia, se levantó de la mesa,
rezó sus oraciones y se fue despacito al huerto para ver lo que les había
sucedido a su mujer y a sus nietas. Una vez allí vio a sus queridas niñas
tendidas en el suelo como si durmiesen tranquilamente; pero una de ellas
tenía toda la frente ensangrentada y en el cuello de la otra se veía la
señal de cinco dedos; en cuanto a la anciana, estaba tan destrozada que
era imposible reconocerla.

El desgraciado viejo lloró con desconsuelo, gimiendo y lamentándose
durante un largo rato; pero poco a poco se tranquilizó, volvió a su
cabaña, cogió un cayado de hierro y, lleno de ira y de ideas de venganza,
se dirigió en busca de Verlioka para matarlo.

Después de andar bastante tiempo llegó a un estanque donde estaba
nadando una Oca sin cola, la cual al ver al anciano empezó a gritarle:

-¡Así! ¡Así! Estaba segura de que vendrías; por eso te esperaba.
¿Cómo te va, abuelo?

-Buenos días, Oca. ¿Por qué me esperabas?

-Porque sabía que no perdonarías ni aun al mismo Verlioka la muerte
de tu mujer y de tus nietas.

-¿Y tú conoces a ese monstruo?

-¡Ya lo creo! ¿Cómo no he de conocerle? Me acuerdo muy bien del día
en que se puso a pegar en este mismo sitio a un desgraciado. Yo entonces
tenía la costumbre de decir ¡ay!, ¡ay!, y mientras Verlioka se divertía en
la orilla, yo le gritaba sentada en el agua: «¡Ay!, ¡ay!» Entonces él,
después de matar a aquel pobre hombre, corrió a mí, gritándome: «¡Yo te
enseñaré a defender a los demás!» Y me cogió por la cola. Pero yo nunca he
sido cobarde y, haciendo un esfuerzo, me escapé, dejando mi cola entre sus
manos espantosas. Claro está que la cola no es una cosa imprescindible;
pero, de todos modos, siento haberla perdido y nunca se lo perdonaré a
Verlioka. Desde entonces no soy tan tonta, y ya no grito «¡Ay!, ¡ay!»,
sino que siempre apruebo: «¡Así!, ¡así!, ¡así!»; de lo que resulta que
vivo más tranquila y la gente me respeta más. Todos dicen: «Esta Oca no
tendrá cola, pero es muy lista.»

-Está bien -dijo el anciano-; entonces, ¿podrás enseñarme dónde vive
Verlioka?

-¡Así! ¡Así! -contestó la Oca, saliendo del agua, y balanceándose
sobre sus torpes patas se encaminó por la orilla, delante del anciano.

Así anduvieron hasta que se encontraron en el camino una Cuerdecita,
que les dijo:

-Buenos días, abuelito.

-Buenos días, Cuerdecita.

-¿Cómo estás? ¿Adónde vas?

-Estoy ni bien ni mal y voy a castigar a Verlioka, quien ha ahogado a
mi vieja mujer y matado a mis dos nietas. ¡Tan hermosas y buenas como
eran!

-Conocía a tus nietas y a tu mujer y quiero ayudarte. ¡Llévame
contigo!

El anciano pensó: «¡Quién sabe! Quizá me sirva para atar a Verlioka.»
Y contestó:

-Pues bien, ven con nosotros si conoces el camino.

La Cuerdecita se arrastró tras ellos como si fuese una culebra.
Anduvieron los tres un buen rato y vieron un Pisón tendido en la
carretera, el cual les dijo:

-Buenos días, abuelito.

-Buenos días, Pisón.

-¿Cómo estás? ¿Adónde vas?

-Estoy ni bien ni mal y voy a castigar a Verlioka, que ha ahogado a
mi vieja mujer y matado a mis dos nietas. ¡Si supieses qué hermosas y
buenas eran!

-Llévame contigo y te ayudaré.

-Bueno, anda si conoces el camino -le dijo el anciano, pensando:
«Realmente, el Pisón podrá ayudarnos mucho.»

El Pisón se levantó, se apoyó con el asa en el suelo y se puso a
caminar a saltos. Así anduvieron hasta que encontraron una Bellota, que
les dijo:

-Buenos días, abuelito.

-Buenos días, Bellota.

-¿Adónde vas?

-Voy a matar a Verlioka; no sé si lo conocerás.

-Ya lo creo que lo conozco. Es necesario castigarlo; llévame contigo
y te ayudaré.

-Pero tú, ¿de qué me vas a servir?

-No me desprecies, abuelito. Acuérdate del proverbio que dice: No
escupas en el pozo, porque tendrás que beber su agua.

El anciano pensó: «No hay inconveniente en que venga con nosotros;
cuanta más gente haya, mejor será.»

Y luego, en alta voz, dijo:

-Vente detrás.

Pero la Bellota se puso a saltar delante de todos.

Al fin llegaron a un espeso bosque y vieron una cabaña en cuyo
interior no había nadie. La lumbre del horno estaba apagada y sobre el
hogar había un puchero lleno de gachas de mijo.

La Bellota se metió de un salto en el puchero, la Cuerdecita se
tendió en el umbral de la puerta, el Pisón se subió encima de ésta, la Oca
se sentó detrás de la estufa y el anciano se escondió en un rincón al lado
de la puerta.

Pronto llegó Verlioka, echó un haz de leña al suelo y se puso a
encender la lumbre del horno. Entonces la Bellota, desde dentro del
puchero, empezó a cantar:

-¡Pi, pi, pi, han venido a matar a Verlioka!

-¡Calla, papilla de mijo, o te echaré en el cubo! -exclamó Verlioka.

Pero la Bellota no le obedeció y siguió cantando su canción. Verlioka
se enfadó, cogió el puchero y de un golpe vertió las gachas en el cubo. Al
choque, la Bellota saltó y fue a dar en el único ojo de Verlioka,
dejándole ciego. El gigante quiso escapar y echó a correr; pero apenas
llegó al umbral, la Cuerdecita se le enredó a los pies y lo tiró al suelo.

El Pisón saltó de la puerta, y el anciano se precipitó sobre Verlioka
desde el rincón donde estaba escondido y ambos se pusieron a pegarle.
Mientras tanto, la Oca, sentada detrás de la estufa, aprobaba diciendo:
«¡Así!, ¡así!, ¡así!»

Esta vez no le sirvió a Verlioka su fuerza, pues el anciano, con la
ayuda de sus buenos amigos, logró matarlo y librar a la gente de un
monstruo espantoso.



...