AFANASEV ALEKSANDR NIKOLAEVICH

Title:GORRIONCITO
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Subject:OTHER LITERATURES
Speaker:Naranjo Ponce Pabla Adriana
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Aleksandr Nikoalevich Afanas'ev


Gorrioncito




Un matrimonio viejo que no tenía hijos rezaba a Dios todos los días
para merecer la misericordia divina; pero Dios, sordo, al parecer, a las
súplicas, no le concedía la gracia de tener un niño.

Un día se fue el marido al bosque para recoger setas y encontró a un
viejecito que le dijo:

-Yo sé cuál es la pena que escondes en tu corazón y cuán grande es tu
deseo de tener hijos. Óyeme bien: ve al pueblo, pide en cada casa un
huevo; luego coge una gallina, hazla sentar sobre ellos para que los
empolle y ya verás lo que sucede.

El anciano volvió al pueblo, que tenía cuarenta y una casas; en cada
una de ellas entró y pidió un huevo, y luego, volviendo a la suya, cogió
una gallina y la hizo empollar los cuarenta y un huevos.

Pasaron dos semanas; los ancianos fueron al gallinero, y cuál sería
su asombro al ver que de los huevos nacieron cuarenta niños fuertes y
robustos y uno pequeño y débil.

El padre le puso a cada uno un nombre; pero al llegar al último, ya
no se le ocurría qué nombre ponerle. Entonces, atendiendo a que era el
pequeño, dijo:

-Como no tengo nombre para ti, te llamaré Gorrioncito.

Los niños crecieron con tal rapidez, que algunos días después de
nacer pudieron ya trabajar y ayudar a sus padres. Eran unos muchachos
guapísimos y trabajadores; cuarenta de ellos labraban el campo y
Gorrioncito hacía los trabajos de casa.

Llegó la temporada de siega, y los hermanos se fueron a guadañar y
hacer haces de heno. Pasaron una semana en las praderas y luego volvieron
a casa, cenaron y se acostaron. El anciano los contempló y dijo gruñendo:

-¡Oh juventud indolente! Comen mucho, duermen aún más y estoy seguro
que no han trabajado nada.

-Padre, antes de juzgar, ve a ver -dijo Gorrioncito.

El anciano se vistió, fue a las praderas y vio con satisfacción que
estaban ya listos cuarenta grandes haces de heno.

-¡Qué valientes son mis chicos! ¡Cuánto heno han guadañado en una
semana y qué haces tan grandes han hecho! -exclamó.

Tan grande fue su deseo de admirar sus bienes, que al día siguiente
fue otra vez a las praderas; llegó allí y vio que faltaba un haz. Volvió a
casa preocupado y dijo a sus hijos:

-¡Oh hijos míos! ¡Ha desaparecido un haz de heno!

-No importa, padre. Nosotros cogeremos al ladrón -le contestó
Gorrioncito-. Dame cien rublos; yo sé lo que tengo que hacer.

Cogió los cien rublos y se dirigió a la herrería.

-¿Puedes -dijo al herrero- forjarme una cadena con la que pueda atar
a un hombre desde los pies hasta la cabeza?

-¿Por qué no? -contestó el herrero.

-Pues hazme una, pero que sea bastante resistente. Si resulta fuerte
te pagaré cien rublos; pero si se rompe no cobrarás ni un copec.

El herrero forjó una cadena de hierro. Gorrioncito se ató con ella el
cuerpo, luego se dobló por la cintura y la cadena se rompió. El herrero le
forjó otra mucho más fuerte, que resistió todas las pruebas, y Gorrioncito
la cogió, pagó por ella cien rublos y se dirigió a las praderas para
montar la guardia a los haces de heno. Se sentó al lado de uno de ellos y
se puso a esperar.

Justo a media noche se levantó el viento, se alborotó el mar, y de
sus profundidades surgió una yegua hermosísima que se acercó al primer haz
y empezó a devorar el heno. Gorrioncito corrió hacia ella, la sujetó con
la cadena de hierro y montó a caballo en su lomo.

La yegua, enfurecida, echó a correr por valles y montes; pero, a
pesar de esta carrera desenfrenada, el jinete permaneció como clavado en
su sitio. Al fin, cansada de correr, la yegua se paró y dijo:

-¡Oh joven valeroso! Ya que has podido dominarme, sé tú el amo de mis
potros.

Se acercó a la orilla del mar y relinchó estrepitosamente. El mar se
alborotó y salieron a la orilla cuarenta y un caballos tan magníficos, que
aunque se buscasen por todo el mundo no se encontrarían otros semejantes.

Por la mañana, el padre de Gorrioncito, oyendo un gran pataleo y
estrepitoso relinchar en el patio, salió asustado para ver lo que pasaba.
Era su hijo que llegaba a casa acompañado de todo un rebaño de caballos.

-¡Hola, hermanos! -exclamó-. Aquí traigo un caballo para cada uno;
vámonos a buscar novia.

-¡Vámonos! -contestaron todos.

Los padres les dieron su bendición y todos los hermanos se pusieron
en camino.

Durante mucho tiempo anduvieron por el mundo, pues no era cosa fácil
encontrar tantas novias. Además, no querían separarse y casarse con
jóvenes que perteneciesen a distintas familias, para no tener suerte
distinta cada uno, y no era fácil encontrar una madre que pudiese alabarse
de tener cuarenta y una hijas.

Al fin llegaron a un país muy lejano y vieron un espléndido palacio,
todo de piedra blanca, que se elevaba en una altísima montaña. Lo cercaba
un alto muro y a la entrada estaban clavados unos postes de hierro. Los
contaron y eran cuarenta y uno.

Ataron a estos postes sus briosos caballos y entraron en el patio.
Salió a su encuentro la bruja Baba-Yaga, que les gritó:

-¿Quién os ha invitado a entrar? ¿Cómo habéis osado atar vuestros
caballos a los postes sin pedirme permiso?

-¡Vaya, vieja! ¿Por qué gritas tanto? Antes de todo danos de comer y
beber y caliéntanos el baño; luego podrás hacernos tus preguntas.

Baba-Yaga les dio de comer y beber, les calentó el baño, y después
empezó a preguntarles:

-Decidme, valerosos jóvenes, ¿estáis buscando algo o sólo camináis
por el gusto de pasear?

-Estamos buscando una cosa, abuelita.

-¿Y qué queréis?

-Buscamos novias para todos.

-¡Pero si yo tengo cuarenta y una hijas! -exclamó Baba-Yaga.

Corrió a la torre y pronto apareció acompañada de cuarenta y una
jóvenes.

Los hermanos, encantados, solicitaron permiso para casarse con ellas,
y en seguida lo obtuvieron y celebraron la boda con un alegre festín.

Al anochecer, Gorrioncito fue a ver qué tal estaba su caballo, y
éste, al acercársele su amo, le dijo con voz humana:

-¡Cuidado, amo! Cuando os acostéis con vuestras jóvenes esposas no os
olvidéis de cambiar con ellas los vestidos; poneos los de ellas y
vestidlas a ellas con los vuestros; si no, pereceréis todos.

Gorrioncito lo contó todo a sus hermanos, y todos al llegar la noche
vistieron a sus jóvenes esposas con sus trajes, poniéndose ellos los de
éstas, y así se acostaron. Pronto todos se durmieron profundamente; sólo
Gorrioncito permaneció vigilando sin cerrar los ojos.

A media noche gritó Baba-Yaga con una voz espantosa:

-¡Hola, mis fieles servidores! ¡Venid aquí y cortad la cabeza a los
visitantes importunos!

En un instante acudieron los fieles servidores y cortaron la cabeza a
las hijas de Baba-Yaga.

Gorrioncito despertó a sus hermanos y les explicó lo ocurrido;
cogieron las cabezas cortadas de sus esposas, las colocaron en los postes
de hierro que adornaban la entrada, ensillaron sus caballos y huyeron de
allí a todo galope.

Por la mañana la bruja se levantó, miró por la ventana y, ¡oh
desgracia!, las cabezas de sus hijas estaban colocadas en los postes de
hierro. Se enfureció, ordenó que le diesen su escudo abrasador y se lanzó
en persecución de los jóvenes echando fuego y quemando con su escudo todo
alrededor de sí.

Los hermanos, asustados, no sabían dónde esconderse. Delante de ellos
se extendía el mar, y a sus espaldas la bruja quemaba todo con su escudo
ardiente. La salvación era imposible. Pero Gorrioncito era sagaz y astuto:
durante su estancia en el palacio de Baba-Yaga le había robado a ésta un
pañuelo. Lo sacudió ante sí, y de repente apareció un puente que se tendía
de una orilla a otra. Los jóvenes atravesaron a galope el mar por el
puente, y pronto se vieron en la orilla opuesta. Gorrioncito sacudió el
pañuelo hacia atrás y el puente desapareció.

Baba-Yaga tuvo que volverse a casa, y los hermanos llegaron sanos y
salvos junto a sus padres, que los acogieron llenos de alegría.



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