AFANASEV ALEKSANDR NIKOLAEVICH

Title:LA BRUJA Y LA HERMANA DEL SOL
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Aleksandr Nikoalevich Afanas'ev


La bruja y la hermana del Sol




En un país lejano hubo un zar y una zarina que tenían un hijo,
llamado Iván, mudo desde su nacimiento.

Un día, cuando ya había cumplido doce años, fue a ver a un
palafrenero de su padre, al que tenía mucho cariño porque siempre le
contaba cuentos maravillosos.

Esta vez, el zarevich Iván quería oír un cuento; pero lo que oyó fue
algo muy diferente de lo que esperaba.

-Iván Zarevich -le dijo el palafrenero-, dentro de poco dará a luz tu
madre una niña, y esta hermana tuya será una bruja espantosa que se comerá
a tu padre, a tu madre y a todos los servidores de palacio. Si quieres
librarte tú de tal desdicha, ve a pedir a tu padre su mejor caballo y
márchate de aquí adonde el caballo te lleve.

El zarevich Iván se fue corriendo a su padre y, por la primera vez en
su vida, habló. El zar tuvo tal alegría al oírle hablar que, sin
preguntarle para qué lo necesitaba, ordenó en seguida que le ensillasen el
mejor caballo de sus cuadras.

Iván Zarevich montó a caballo y dejó en libertad al animal de seguir
el camino que quisiese. Así cabalgó mucho tiempo hasta que encontró a dos
viejas costureras y les pidió albergue; pero las viejas le contestaron:

-Con mucho gusto te daríamos albergue, Iván Zarevich; pero ya nos
queda poca vida. Cuando hayamos roto todas las agujas que están en esta
cajita y hayamos gastado el hilo de este ovillo, llegará nuestra muerte.

El zarevich Iván rompió a llorar y se fue más allá. Caminó mucho
tiempo, y encontrando a Vertodub le pidió:

-Guárdame contigo.

-Con mucho gusto lo haría, Iván Zarevich; pero no me queda mucho que
vivir. Cuando acabe de arrancar de la tierra estos robles con sus raíces,
en seguida vendrá mi muerte.

El zarevich Iván lloró aún con más desconsuelo y se fue más allá. Al
fin se encontró a Vertogez, y acercándose a él, le pidió albergue; pero
Vertogez le repuso:

-Con mucho gusto te hospedaría, pero no viviré mucho tiempo. Me han
puesto aquí para voltear esas montañas; cuando acabe con las últimas,
llegará la hora de mi muerte.

El zarevich derramó amarguísimas lágrimas y se fue más allá. Después
de viajar mucho llegó al fin a casa de la hermana del Sol. Ésta lo acogió
con gran cariño, le dio de comer y beber y lo cuidó como a su propio hijo.

El zarevich vivió allí contento de su suerte; pero algunas veces se
entristecía por no tener noticias de los suyos. Subía entonces a una
altísima montaña, miraba al palacio de sus padres, que se percibía allá
lejos, y viendo que nunca salía nadie de sus muros ni se asomaba a las
ventanas, suspiraba llorando con desconsuelo.

Una vez que volvía a casa después de contemplar su palacio, la
hermana del Sol le preguntó:

-Oye, Iván Zarevich, ¿por qué tienes los ojos como si hubieses
llorado?

-Es el viento que me los habrá irritado -contestó Iván.

La siguiente vez ocurrió lo mismo. Entonces la hermana del Sol
impidió al viento que soplase.

Por tercera vez volvió Iván con los ojos hinchados, y ya no tuvo más
remedio que confesarlo todo a la hermana del Sol, pidiéndole que le dejase
ir a visitar su país natal. Ella no quería consentir; pero el zarevich
insistió tanto que le dio permiso.

Se despidió de él cariñosamente, dándole para el camino un cepillo,
un peine y dos manzanas de juventud; cualquiera que sea la edad de la
persona que come una de estas manzanas rejuvenece en seguida.

El zarevich llegó al sitio donde estaba trabajando Vertogez y vio que
quedaba sólo una montaña. Sacó entonces el cepillo, lo tiró al suelo y en
un instante aparecieron unas montañas altísimas, cuyas cimas llegaban al
mismísimo cielo; tantas eran, que se perdían de vista.

Vertogez se alegró, y con gran júbilo se puso a trabajar,
volteándolas como si fuesen plumas.

El zarevich Iván siguió su camino, y al fin llegó al sitio donde
estaba Vertodub arrancando los robles; sólo le quedaban tres árboles.
Entonces el zarevich, sacando el peine, lo tiró en medio de un campo, y en
un abrir y cerrar de ojos nacieron unos bosques espesísimos. Vertodub se
puso muy contento, dio las gracias al zarevich y empezó a arrancar los
robles con todas sus raíces.

El zarevich Iván continuó su camino hasta que llegó a las casas de
las viejas costureras. Las saludó y regaló una manzana a cada una; ellas
se las comieron, y de repente rejuvenecieron como si nunca hubiesen sido
viejas. En agradecimiento le dieron un pañuelo que al sacudirlo formaba un
profundo lago.

Al fin llegó el zarevich al palacio de sus padres. La hermana salió a
su encuentro; lo acogió cariñosamente y le dijo:

-Siéntate, hermanito, a tocar un poquito el arpa mientras que yo te
preparo la comida.

El zarevich se sentó en un sillón y se puso a tocar el arpa. Cuando
estaba tocando, salió de su cueva un ratoncito y le dijo con voz humana:

-¡Sálvate, zarevich! ¡Huye a todo correr! Tu hermana está afilándose
los dientes para comerte.

El zarevich Iván salió del palacio, montó a caballo y huyó a todo
galope.

Entretanto, el ratoncito se puso a correr por las cuerdas del arpa, y
la hermana, oyendo sonar el instrumento, no se imaginaba que su hermano se
había escapado. Afiló bien sus dientes, entró en la habitación y su
desengaño fue grande al ver que estaba vacía; sólo había un ratoncito, que
salió corriendo y se metió en su cueva.

La bruja se enfureció, rechinando los dientes con rabia, y echó a
correr en persecución de su hermano. Iván oyó el ruido, volvió la cabeza
hacia atrás, y viendo que su hermana casi lo alcanzaba sacudió el pañuelo
y al instante se formó un lago profundo.

Mientras que la bruja pasaba a nado a la orilla opuesta, el zarevich
Iván se alejó bastante. Ella echó a correr aún con más rapidez. ¡Ya se
acercaba!

Entonces Vertodub, comprendiendo al ver pasar corriendo al zarevich
que iba huyendo de su hermana, empezó a arrancar robles y a amontonarlos
en el camino; hizo con ellos una montaña que no dejaba paso a la bruja.
Pero ésta se puso a abrirse camino royendo los árboles, y al fin, aunque
con gran dificultad, logró abrir un camino y pasar; pero el zarevich
estaba ya lejos.

Corrió persiguiéndole con saña, y pronto se acercó a él; unos cuantos
pasos más, y hubiera caído en sus garras.

Al ver esto, Vertogez se agarró a la más alta montaña y la volteó de
tal modo que vino a caer en medio del camino entre ambos, y sobre ella
colocó otra. Mientras la bruja escalaba las montañas el zarevich Iván
siguió corriendo y pronto se vio lejos de allí. Pero la bruja atravesó las
montañas y continuó la persecución.

Cuando le tuvo al alcance de su voz le gritó con alegría diabólica:

-¡Ahora sí que ya no te escaparás!

Estaba ya muy cerca, muy cerca. Unos pasos más, y lo hubiera cogido.
Pero en aquel momento el zarevich llegó al palacio de la hermana del Sol y
empezó a gritar:

-¡Sol radiante, ábreme la ventanita!

La hermana del Sol le abrió la ventana e Iván saltó con su caballo al
interior.

La bruja pidió que le entregasen a su hermano.

-Que venga conmigo a pesarse en el peso -dijo-. Si peso más que él,
me lo comeré, y si pesa él más, que me mate.

El zarevich consintió y ambos se dirigieron hacia el peso. Iván se
sentó el primero en uno de los platillos, y apenas puso la bruja el pie en
el otro el zarevich dio un salto hacia arriba con tanta fuerza que llegó
al mismísimo cielo y se encontró en otro palacio de la hermana del Sol.

Se quedó allí para siempre, y la bruja, no pudiendo cogerle, se
volvió atrás.



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